247. Shhh, no hables.
El silencio de la noche siempre ha sido mi aliado, ese manto de complicidad que cubre cada suspiro y cada jadeo, que envuelve con suavidad los secretos que mi cuerpo arranca en la oscuridad, pero esta vez hay algo distinto, una vibración en el aire que no me pertenece, una respiración que no nace de mí ni del hombre que tiembla entre mis brazos, y lo percibo como un roce helado en la piel que me advierte que no estoy sola, que alguien más comparte la intimidad que yo creía inviolable.
El emisario yace bajo mí, su boca aún húmeda de mi beso, sus manos recorriendo mi espalda como quien acaricia un territorio conquistado, pero mis ojos, entrecerrados en el ardor, se clavan en la penumbra más allá de las cortinas de seda, en ese rincón donde la sombra parece demasiado densa, como si guardara un secreto que no debería estar aquí.
—Névara… —susurra él, sin notar mi tensión, hundiendo su rostro en mi cuello.
Yo deslizo mis labios hasta su oído, lo beso con lentitud, y al mismo tiempo me aseg