237. Hay rumores...
El rumor ya no me persigue, ahora es mi sombra domesticada, mi mejor disfraz. Lo utilizo como un perfume que impregna las paredes de la corte, y quienes se acercan a mí no saben si respiran veneno o miel. Esta noche decido dar un paso más: convierto el murmullo en un lazo, la sospecha en un arma, la intriga en un banquete donde cada palabra y cada gesto serán hilos invisibles que tejerán la red que necesito.
He convocado en secreto a tres caballeros influyentes, hombres cuya ambición supera a su prudencia, y que saben muy bien que mi cercanía es tanto un riesgo como una promesa. La sala que preparo está bañada por la luz temblorosa de las lámparas de aceite; el vino descansa en copas de cristal teñido de rojo profundo, y las frutas, cortadas con cuidado, esperan ser ofrecidas como bocados tentadores. Me visto con seda ligera que acaricia mis curvas con cada movimiento, dejando que la tela insinúe más de lo que cubre, porque el misterio siempre atrapa más que la desnudez inmediata.
Cua