176. El espía entre las sábanas.
El amanecer se filtra apenas por los ventanales entornados, pero la penumbra aún domina la habitación, una penumbra cargada de los olores mezclados de sudor, vino y deseo consumido, y yo permanezco entre los brazos del conspirador, sintiendo cómo su respiración agitada va cediendo poco a poco hasta convertirse en un murmullo sereno contra mi cuello, como si su pecho buscara hundirse en el mío para reclamarme incluso en el reposo, mientras mis labios trazan una sonrisa invisible porque sé que en ese abandono cree poseerme, cuando en realidad soy yo quien lo posee a él, sosteniéndolo en ese espacio suspendido donde su ambición se desnuda tanto como su cuerpo.
Creo estar a solas con él hasta que un sonido tenue, apenas el roce de una tela contra la piedra, me advierte de una presencia oculta, y entonces abro lentamente los ojos, con la calma de quien finge seguir perdida en el sopor, y lo veo: un sirviente, uno de esos jóvenes de mirada demasiado viva para su papel servil, se oculta a me