174. El pacto secreto.
El salón brilla como una trampa de oro: lámparas de cristal derraman su luz cálida sobre las copas rebosantes, las mesas cubiertas de manjares exquisitos parecen más un escenario que un banquete, y las voces de los invitados se entrelazan en un murmullo constante que oculta cuchillos tras sonrisas, brindis que son amenazas veladas, carcajadas que esconden intrigas afiladas. Camino entre ellos con la seguridad de quien sabe que cada mirada la desviste y la mide, dejando que mi vestido negro se adhiera como una segunda piel que atrapa la luz en los bordes, que marca cada curva como si fuera un arma cuidadosamente afilada.
Lo veo antes de que él me vea a mí: el enemigo político del conspirador, un hombre de ojos oscuros y cabello plateado que no logra disimular la dureza en sus gestos, el cansancio de quien ha peleado demasiado tiempo en una guerra que nunca acaba, aunque ahora intente cubrirlo con el brillo de un anfitrión complacido. Su risa resuena por encima del bullicio, su copa cho