173. La rival desatada.
La primera sensación que me recorre al verla no es sorpresa, sino una oleada caliente que me sube desde el estómago hasta el pecho, una mezcla de rabia y deseo que me oprime el aire como si la presencia de esa mujer fuese un perfume demasiado intenso para ignorar. Entra en la sala con el andar de quien sabe que cada mirada es una daga que se clava en la piel de los demás, sus caderas se balancean con una cadencia lenta, estudiada, y el vestido carmesí que abraza su cuerpo parece estar hecho para recordarme todo lo que una vez fue mío y que ahora ella pretende reclamar sin pudor.
El conspirador, sentado en su trono improvisado de cojines y pieles, la observa con esa calma peligrosa que lo define, esa sonrisa mínima que nunca revela del todo si la aprueba o si espera verla caer en desgracia, y yo permanezco a su lado, con la daga aún en mi muslo como un recordatorio de la lección anterior, clavándole la mirada a esa cortesana que se atreve a sonreírme como si compartiéramos un secreto q