163. El amante fantasma.
El sueño —si es que esto es un sueño— comienza con un murmullo que atraviesa mi piel como un roce de viento helado, un susurro que no proviene de ningún lugar y, sin embargo, vibra en mis huesos como si siempre hubiera estado allí, aguardando el momento de abrirse paso entre la sangre y el deseo. La habitación está bañada en sombras, las velas apenas sostienen sus llamas temblorosas, y yo me encuentro tendida sobre el lecho, con los párpados pesados y el cuerpo rendido a un cansancio que no es solo físico sino también emocional, porque cada día en este palacio maldito se convierte en una batalla donde no sé si triunfo o me hundo más en la telaraña del conspirador.
Y entonces lo veo, o creo verlo, porque su figura no tiene la solidez de la carne sino el contorno quebradizo de un recuerdo que insiste en no morir: es él, mi amante caído, el que me juró en susurros eternidades que no pudo cumplir, el que murió con mi nombre en los labios, el que todavía arde en mi piel como una cicatriz q