121. La amante contra la amante.
Nunca pensé que los celos pudieran tomar la forma de un filo tan brillante como el que ahora corta el aire, porque la espada de Meira brilla con furia contenida y, sin embargo, lo que arde detrás de sus ojos no es solamente odio por la traidora, sino un amor posesivo que me asfixia y al mismo tiempo me envuelve como un veneno dulce. Frente a ella está Selinne, la mujer que me traicionó, la que me vendió a mis enemigos con la promesa de una noche eterna en mis brazos, y su sonrisa encierra esa locura peligrosa que siempre sospeché y que ahora se revela sin pudor, como si la guerra y el deseo fueran la misma cosa, como si yo misma no fuera más que un botín de carne y alma disputado entre dos bocas que me reclaman con igual ferocidad.
Las miro y me descubro temblando, no de miedo, sino de un estremecimiento que me atraviesa como un latido irregular; porque sus voces, cuando chocan, se deslizan como cuchillas afiladas y cada palabra parece destinada a marcarme más que cualquier herida en