116. Juramentos entre dientes.
El murmullo de los sobrevivientes me rodea como una marea baja que nunca se retira del todo, voces que se entrelazan con el crujido de las vigas chamuscadas del refugio y con el aliento tibio de quienes aún me miran con desconfianza, como si mis sacrificios no fueran ofrendas, sino maldiciones que me persiguen y los arrastran a ellos también; cada gesto, cada mirada desviada, cada palabra apenas susurrada es un recordatorio de que mi piel ha sido camino para abrir umbrales que nadie más se atrevería a tocar, y que mi placer, dicen, es la grieta por la que se cuelan las sombras.
Camino entre ellos con los hombros erguidos, fingiendo que no me alcanza la duda, que no me lacera esa sospecha que crece en sus ojos, y al mismo tiempo siento en cada paso el peso de una traición que ni siquiera sé si cometí, o si es simplemente el precio de ser yo, de haber elegido salvarlos de maneras que ninguno podría soportar en carne propia.
Meira me espera, no con la calma de una guardiana paciente, sin