105. Eres la prueba de fuego, Névara.
El aire está impregnado de un humo espeso que me enciende la piel antes incluso de que las manos ajenas me alcancen; el incienso se mezcla con un perfume ácido que recuerda al hierro, y cada inhalación es como un veneno dulce que adormece la razón y enciende la carne. Estoy en el centro del santuario, rodeada de máscaras que me observan con ojos vacíos y bocas abiertas en un grito congelado, figuras que parecen hechas para reírse de mi impotencia y al mismo tiempo para excitar a los que me rodean. Las velas se derriten con lentitud enfermiza, y la cera caliente gotea como si el tiempo mismo sangrara sobre el suelo manchado.
Siento cómo mi vestido es arrancado con un gesto brutal, pero mi cuerpo no se entrega al miedo, sino a una tensión distinta, un hilo de fuego que corre bajo la piel y que me empuja a desafiar incluso cuando la humillación pretende devorarme. Oigo risas, murmullos, rezos disfrazados de jadeos, como si los conspiradores quisieran creer que lo que hacen es sagrado, cu