104. La caída en el abismo.
El aire en el santuario se espesa hasta el punto de volverse casi líquido, como si cada aliento que respiro me sumergiera en un río invisible donde fluyen las memorias prohibidas, las voces rotas y las ansias más bajas de quienes me rodean, y mientras avanzo hacia el centro del círculo que han trazado con fuego lento y con cánticos que no terminan nunca, siento que mis pasos no me pertenecen, que son arrastrados por algo más antiguo que yo, algo que late en mi sangre y que ellos quieren arrancarme, poseerlo como si fuera un fruto sagrado destinado a la profanación.
Las paredes cubiertas de máscaras me observan con la misma frialdad con la que un dios cruel contempla a sus criaturas, y debajo de esas máscaras humanas que fingen devoción solo hay hambre, deseo y traición, y me siento desnuda incluso antes de que mis ropas sean arrancadas por manos ansiosas que me rozan con violencia y con reverencia a la vez, como si no supieran decidir si adorarme o devorarme.
El nuevo líder se adelant