101. Revelaciones en la penumbra.
La penumbra me envuelve como si fuese un manto áspero que no se despega de mi piel, cada sombra se alarga y me recuerda lo que acaba de ser revelado, lo que se me incrustó en la carne y en el alma con la violencia de una verdad que no pedí escuchar y que sin embargo no puedo desterrar de mí, porque ahora sé que mi sangre está unida a la suya, que el eco no es un simple poder que resuena entre mis venas, sino un lazo impuro y ardiente que me ata tanto a Meira como al Forastero, como si hubiéramos sido concebidos no solo para encontrarnos, sino para destruirnos, para amarnos con una intensidad que devora y para odiarnos con la misma fiereza con que nos fundimos en un beso o en un grito.
Camino tambaleante por el corredor del santuario, con el cuerpo todavía marcado por las cadenas que dejaron huellas rojas en mis muñecas, con la piel ardiendo entre placer y dolor, con la respiración entrecortada que todavía guarda el eco de los jadeos que se arrancaron de mí en la sala de tortura donde