Cuando salimos del baño, todavía sentía el calor del agua sobre mi piel y el roce de las manos de Matías como una marca que no podía borrar. Lo miré de reojo, intentando descifrarlo, y me sorprendió descubrirlo distinto: tranquilo, satisfecho, casi feliz. Había en sus labios una sonrisa que pocas veces le conocía, una que no me pertenecía por completo, pero que me hacía pensar que, al menos por esa noche, él estaba en paz conmigo.
No tuve que preguntarle qué debía hacer después. Matías ya me había dado instrucciones, de como vestir para el evento.El vestido azul, el cabello recogido en un moño discreto, apenas un toque de maquillaje. Y yo lo obedecí, sin cuestionar nada, como si fuese lo más lógico del mundo. Frente al espejo apenas me reconocí; me vi distinta, elegante, moldeada a su antojo. Y cuando terminé, cuando él me recorrió con la mirada de arriba abajo y murmuró “perfecta” antes de besarme la frente, sentí un escalofrío que confundí con ternura… aunque en el fondo sabía