—Yo me quedé aquí, fiel, obediente, siguiendo cada regla, cada maldita instrucción de tu madre, solo para que al final me miraras como si fuera un estorbo. Como si nunca hubiera sido suficiente.
Los ojos me ardían, pero el alcohol me impedía llorar. En vez de eso, reí, una risa amarga, rota.
—Y luego apareció ella… Sarah, la perfecta, la que sabe cómo sonreírte para que olvides todo lo que fuimos. La que no tiene problema en mentir, en inventar, en manipularte. Pero claro, ella es divertida, es ligera, es lo que yo nunca fui.
Lo miré directo, buscando una grieta en esa máscara de serenidad que siempre intentaba sostener.
—Dime, Matías. ¿De verdad crees que ella te ama? ¿De verdad crees que estaría contigo si no fueras tú, con tu apellido, con tu dinero, con todo lo que representas?
El silencio entre nosotros se volvió insoportable. El ruido del bar parecía lejano, como si todo se hubiera apagado alrededor.
Matías me observaba, serio, sin apartar la mirada, como si intentara desc