No lo noté de inmediato, pero el calor del alcohol comenzó a instalarse en mi cuerpo. Reía más de lo que debía, hablaba con más libertad de la que normalmente me permitía. Sentía las mejillas encendidas, las ideas un poco más desordenadas, pero había en mí una ligereza que no recordaba haber tenido en mucho tiempo. Era como si por un momento pudiera soltar el peso que llevaba encima, aunque fuera a costa de perder el control.
El desconocido seguía ahí, hablando, riendo conmigo. Yo apenas entendía algunas de las cosas, pero mi mente flotaba en una especie de nube que me parecía extrañamente cómoda. Me incliné sobre la mesa, apoyando el codo y sosteniendo la cabeza con la mano, observando cómo las luces del bar parecían bailar frente a mis ojos.Fue entonces cuando lo vi.Entre el vaivén de figuras y sombras, entre el humo y las luces, distinguí una cara. Una cara que me resultaba más familiar que ninguna otra. Mi corazón dio un vuelco inmediato, un golpe seco en el pecho