Capítulo 57

El café frente a mí humeaba con insistencia, como si quisiera recordarme que debía probarlo, pero no fui capaz de llevar la taza a mis labios. Tenía las manos aferradas al borde, no por el calor que ofrecía, sino porque necesitaba sostenerme de algo para no desmoronarme frente a Matías.

Él parecía cómodo, o al menos eso mostraba. Sostenía su taza de americano con esa naturalidad que siempre lo caracterizaba. Cada movimiento suyo me resultaba dolorosamente familiar: la manera en que giraba la muñeca al beber, la forma en que fruncía apenas el ceño cuando pensaba demasiado. Todo me resultaba conocido y, al mismo tiempo, tan distante.

Yo no podía apartar los ojos de él. No como antes, no con esa mirada enamorada, sino con una mezcla de nostalgia y desesperación. Tenía la impresión de que si parpadeaba demasiado tiempo, se desvanecería de mi vida para siempre.

Tragué saliva, reuniendo el valor que me faltaba.

—Matías… —mi voz se escuchó temblorosa incluso para mí misma—. Quiero que sepas
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