Desperté tarde, con la luz filtrándose por las cortinas y atravesando mi piel como si me recordara que el día estaba ahí, aunque yo no quisiera recibirlo. No tenía fuerzas, ni ganas de salir de la cama, ni siquiera de abrir los ojos. Era como si apenas ahora, después de todo lo que había sucedido, el peso de la realidad me cayera encima de verdad. Matías había roto nuestro compromiso, Sarah ocupaba el lugar que alguna vez fue mío, y yo… yo me sentía suspendida en un limbo en el que nada tenía sentido.

Aun así, me forcé a bajar a la cocina. No quería seguir encerrada entre cuatro paredes, aunque mi cuerpo se resistía a cada movimiento. Rosa ya me esperaba, como siempre, con una mesa servida con una de mis comidas favoritas: chilaquiles verdes con un toque de crema, queso fresco y aguacate a un lado, justo como a mí me gustaban desde niña.

—Señorita, desayune, por favor. Le va a caer bien —dijo con esa voz cargada de preocupación.

Me senté frente al plato, observándolo dur