La noche anterior había sido un caos de miedo y desesperación, pero ahora, al despertar, sentía que mi mente encontraba un espacio de tranquilidad, aunque aún con los resabios del terror que Sarah había dejado en mí.
Respiré hondo, intentando dejar atrás el recuerdo de aquella voz, de los ojos fríos de Diego y la risa venenosa de Sarah. Mi cuerpo seguía temblando por dentro, pero la calma de la mañana me permitió reorganizar mis pensamientos. No quería salir, ni recibir visitas, ni siquiera pensar demasiado. El miedo de que Sarah pudiera estar cerca seguía allí, punzante, y cada sonido del exterior me hacía saltar ligeramente. Me sentí débil, vulnerable, pero al menos el miedo no me paralizaba completamente. Logré concentrarme en mis notas y papeles, revisando lo que había logrado descubrir hasta ahora. Las pruebas estaban allí, en mis manos: los documentos que mostraban que el accidente de Sarah nunca había existido, que había sido solo una revisión médica rutinaria, y qu