Capítulo 50

Mis piernas apenas me sostenían. El aire me quemaba en los pulmones, como si hubiera corrido una maratón, aunque no había dado más que unos pasos desde que Sarah y Diego desaparecieron en la oscuridad.

Me quedé allí unos segundos, tratando de respirar. Sentía el corazón golpeándome en las sienes, un temblor incontrolable en las manos, en los labios, en todo el cuerpo. Había creído que podía enfrentarla, que descubrir la verdad me daría una ventaja, pero ahora entendía lo equivocada que estaba. Sarah era más oscura, más cruel, más peligrosa de lo que había imaginado.

Cada palabra que me lanzó seguía retumbando en mi cabeza. El café. El mensaje. Matías. Todo había sido su obra. Yo no era rival para ella. Ni siquiera un obstáculo. Solo un blanco fácil.

Me obligué a mover los pies, arrastrándolos hacia donde Javier me esperaba. Cuando lo vi bajar del carro, sentí un pequeño alivio, pero mi voz no salió.

—¿Señorita, está bien? —preguntó con los ojos abiertos de espanto al
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