Me quedé helada. El cuerpo entero me temblaba, no solo por la fuerza con la que me sujetaban, sino porque aquella voz… aquella voz tenía un matiz que me resultaba familiar.
¿Dónde la había escuchado antes?Intenté girar la cabeza, pero la mano del hombre me apretó aún más, obligándome a mantener la vista al frente. Mi respiración era entrecortada, mis pensamientos se atropellaban sin orden.Entonces, frente a mí, apareció una silueta. Al principio no distinguí más que la figura recortada por las luces mortecinas de la calle, pero cuando dio un paso hacia adelante, mi corazón se hundió.Sarah.Estaba allí, con esa sonrisa que siempre parecía una máscara, esa sonrisa que nunca era completa, que siempre escondía algo más.—Vaya, vaya… —dijo con una burla evidente—. Mírate, Isabella. No pensé que fueras tan ingenua como para venir sola.Tragué saliva con dificultad. El hombre que me sujetaba me advirtió una vez más:—Ni un movimiento, ni un grito.Su