Esa noche comprendí algo aterrador: Sarah no solo quería a Matías. Quería demostrarme que era capaz de arrebatármelo delante de mis propios ojos, sin que nadie

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La velada continuó con normalidad, o al menos eso aparentaba. Sarah ocupaba un lugar estratégico, siempre cerca de Matías, pero nunca demasiado, lo suficiente para que pareciera natural. Reía en los momentos justos, fingía debilidad cuando necesitaba un gesto de atención, y lograba que todos la vieran como un ser encantador.

Yo, en cambio, me sentía atrapada en una jaula invisible. Cada palabra suya resonaba en mis oídos con un doble sentido que nadie más parecía notar. Cada mirada suya era un desafío velado.

Hubo un momento en que Matías se inclinó hacia mí, susurrándome algo trivial sobre el vino que servían. Yo asentí, pero mi mente estaba en otra parte. Pensaba en lo que Sarah había dicho antes, en la certeza con la que había pronunciado esas palabras: “Él me eligió a mí”.

Al despedirnos esa noche, Sarah volvi