Capítulo 140

El amanecer se deslizó por las cortinas como un hilo dorado que apenas tocaba la piel. Desperté antes que el reloj sonara, sin sueño, con la mente desbordada. Era extraño; el silencio de mi habitación pesaba más que nunca, y el primer pensamiento que me cruzó fue ese: ¿cómo se siente una madre cuando aún no logra creerse madre?

No lo sabía.

Y, sin embargo, algo dentro de mí se movía como si ya lo fuera.

Me quedé unos minutos mirando el techo, escuchando mi respiración acompasada, pero en realidad mi mente seguía perdida en los días pasados. Desde que supe del embarazo, todo cambió sin que yo pudiera detenerlo. Los segundos se hicieron más lentos, las calles más ruidosas, los olores más intensos. Hasta el café de Rosa me sabía distinto.

Matías seguía sin responder. Ni un mensaje, ni una llamada, nada.

Le había escrito más de una vez, intentando elegir las palabras más correctas, más suaves. “Tenemos que hablar, es importante”, “Por favor, necesito decirte algo”. P
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