Nunca imaginé que una fiesta pudiera sentirse así, como un respiro después de tantos meses —o quizás años— de ahogarme en juicios, rumores y protocolos. A cada minuto que pasaba, la música sonaba más ligera, las luces parecían más brillantes, y yo me encontraba riendo como hacía tiempo no lo hacía.
Al mirar a mi alrededor, noté que ya nadie me observaba con ese desprecio hiriente. Ahora eran sonrisas, miradas curiosas, incluso comentarios amables que se colaban en mi oído. Era como si la sombra de Sarah se hubiera desvanecido en el aire junto con su salida abrupta.Y yo… yo me sentía otra.Alejandro estaba a mi lado, conversando animadamente con Santiago y Aurora. Su tono era educado, respetuoso, pero también chispeante, capaz de arrancar carcajadas incluso en medio de una charla seria. Yo lo observaba de reojo, preguntándome en qué momento me había acostumbrado a esa sensación de seguridad que su sola presencia me daba.—¿Quieres bailar? —me preguntó de pronto, inte