El salón entero se transformó en un instante. Fue como si alguien hubiera encendido una nueva luz dentro de ese lugar cuando lo vi aparecer. Alejandro estaba allí, de pie en la entrada, y sus ojos me encontraron de inmediato, firmes, claros, llenos de esa serenidad que parecía sostenerme sin necesidad de palabras.
Por un momento creí que mi respiración se detenía. Mis hombros, tensos por las miradas hostiles y las sonrisas cargadas de veneno, se relajaron poco a poco. No necesitaba que él hiciera nada más, bastaba con su sola presencia para que el suelo dejara de moverse bajo mis pies.Se abrió paso entre la multitud con calma, saludando a algunas personas con cortesía, pero sin apartar los ojos de mí. Cuando llegó a donde estaba, inclinó ligeramente la cabeza y me saludó con un beso en la mejilla que me estremeció por dentro.—Perdona la demora, Isa —me dijo con voz suave, solo para mí—. ¿Estás bien?Asentí, aunque todavía sentía el eco de la burla que había tenido