La sinceridad en su rostro era tan dolorosa como sus palabras. Vi en sus ojos la culpa, la angustia de alguien que había actuado con el corazón pero que había fallado en el intento.
Me quedé callada unos segundos, intentando procesar. Lo último que necesitaba era seguir cargando con más resentimientos.—Rosa —dije al fin, con la voz suave—, no te culpes. Entiendo que estabas preocupada. Yo también lo estaría si alguien a quien quiero desapareciera toda una noche sin avisar.Ella negó con la cabeza, incapaz de aceptar mi absolución tan rápido.—Pero lo arruiné. Si no hubiera hecho esa llamada, él no estaría aquí. No te habría dicho esas cosas horribles. No habría intentado… —se cortó, incapaz de terminar la frase.—Ya está —la interrumpí—. Ya pasó. Lo que él hizo no es tu responsabilidad, Rosa. Lo que Matías me dijo refleja quién es él, no lo que tú hiciste.Ella me miró con lágrimas resbalando por sus mejillas, y antes de que pudiera seguir culpándose, la atr