Aimunan
El motor del todoterreno rugió suavemente, tragándose el ruido del tráfico de la mañana. Me recosté contra la manta, cerrando los ojos. El bip bip del monitor había sido reemplazado por el silencio sepulcral que la traición de Alex había dejado en mi vida.
Isaac conducía con una concentración pétrea. Trina iba en el asiento del pasajero, sujetando mi mano. La sensación de su calor y la de mi hermano a mi lado era el único antídoto contra el frío que Alexander había sembrado en mí.
—¿Qué quieres hacer, Munan? —La voz de Isaac era grave, sin rastro de juicio, solo preocupación.
—Estar sola —respondí sin abrir los ojos—. Necesito tiempo para encontrar la luz que perdí. Y para dejar que el dolor de sus mentiras se evapore.
Isaac guardó silencio hasta que el coche viró hacia la autopista.
—Munan, no puedes regresar al Valle en estas condiciones —dijo, la advertencia clara en su tono—. Si el Consejo percibe la infertilidad en tu energía, te verán como una fuente d