XII

El Banquete de la Verdad

Volvimos al castillo tras dos días y una noche de viaje, un trayecto marcado por la quietud entre el Capitán De Nyx y yo. La tranquilidad de nuestra fortaleza era un bálsamo para el alma, muy distinta a la atmósfera gélida y opresiva de Veridia. Era reconfortante regresar a casa. La tregua tácita que se había forjado entre el Capitán y yo durante el viaje de regreso ya casi no existía; apenas habíamos intercambiado más que los saludos corteses, meras formalidades al cruzarnos en los pasillos o en nuestros caminos hacia la Reina Madre. Un silencio respetuoso, pero distante, se había cernido entre nosotros.

La salud de mi padre, el Rey, continuaba inalterada, una sombra persistente sobre el reino. Aún no podía levantarse de su cama, sus ojos cerrados, pero con evidentes signos vitales. Era como si estuviera sumido en un sueño profundo del que nadie sabía si despertaría. Nada cambiaba; él seguía igual, y la devoción de mi madre era la misma, inquebrantable. Yo ha
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