Stefan se quedó parado en el centro de la sala, sosteniendo la tablet como si fuera evidencia en su propio juicio. Porque eso era exactamente lo que esto era.
Un juicio.
Y todos ya habían decidido el veredicto.
—Siéntate —repitió Richard, su voz cortando el silencio como cuchillo.
Stefan no se movió. No podía apartar la mirada de Luciana. Ella lo observaba con una calma que era peor que cualquier grito, cualquier lágrima. Una calma glacial que le helaba la sangre.
—Prefiero estar de pie.
—No fue una sugerencia. —Richard dio un paso hacia él—. Siéntate. Ahora.
Stefan finalmente obedeció, dejándose caer en el sillón más alejado de Luciana. Dejó la tablet sobre la mesa de centro, boca abajo, como si eso pudiera hacer desaparecer las fotos.
Richard caminó hacia el centro de la sala, con las manos detrás de la espalda, postura de general antes de la batalla.
—Explícate.
—Sofía tuvo un ataque de ansiedad. Su madre me llamó pidiendo ayuda para llevarla al hospital. No había nadie más.
—Y por