A Tracy Lewin le gustaba la tranquilidad y la privacidad que la misma podía ofrecer. Era profesora en un internado de señoritas, la paga era excelente, por lo que la cabaña que compró a las afueras del pueblo rural donde el internado estaba ubicado era excelente. No había ninguna otra cabaña a kilómetros a la redonda y contaba con los servicios básicos. La cabaña contaba con una Napa de agua subterránea que abastecía la casa y un sistema de paneles solares que brindaban electricidad suficiente para todo los aparatos electrónicos que tenían dentro.
Cuando la profesora Tracy Lewin hizo construir la cabaña hace poco más de un año, tenía la intención de que fuera un lugar al que pudiera escapar cuando el estrés de enseñar historia en el internado se volviera abrumador. Quería un lugar al que Jake pudiera volver cuando su rigurosa agenda con el equipo de fútbol se lo permitiera. Quería que fuera su refugio compartido, su nido de amor. Donde solo existían ellos dos, él, un crack del fútbol y ella, una simple profesora casi diez años mayor. Lo que alguna vez fue el nido de amor de la pareja, ahora parecía más un campo de concentración. Lo único que podía oírse desde el interior eran los gritos de dolor y lamento de Jake Polters. Pero Tracy desconocía aquello, ya que por nada del mundo, Jake permitiría que ella escuche sus peores momentos, cuando sus nervios y músculos están ardiendo dolorosamente por la simple acción de intentar sostener peso sobre sus piernas. O bien, cuando el esfuerzo sobrehumano por intentar sentarse cuando está acostado provoca que su columna se sienta como si estuviera rompiéndose en miles de trozos. O peor aún, cuando el solo hecho de respirar demasiado profundo le hace sentir que sus costillas se están facturando una vez más para perforar sus pulmones. O peor aún, cuando la frustración de no poder hacer tareas simples sin ayuda llega a un punto de ebullición y se siente caer profundo, demasiado profundo... Jake es, en general, una persona estoica y orgullosa. Es tal su orgullo que puede ocultar su dolor, fingir que nada pasó ay sonreír con tal de no alarmar a los demás. Durante su epoca en la escuela sufrió varias lesiones y a pesar de la gravedad de las mismas, jamás dió un indicio frente a su equipo o contrincantes. Tenía una gran tolerancia al dolor, por lo que el dolor que sentía en ese momento era demasiado intenso como para hacerlo llorar y gritar. Claro, sólo se permite gritar cuando Tracy no está en casa, porque no soporta la mirada de lástima e impotencia en esos bonitos ojos color verde que solían oscurecerse hasta convertirse en un verde intenso y apasionado cada vez que se posaban sobre Jake. Nunca le permitirá a Tracy saber lo mal que están las cosas, no para ahorrarle más dolor, sino para evitar que lo traten con condescendencia, lo mimen y lo infantilicen. Él es un hombre, no un niño pequeño. A Jake le había llevado dieciocho años lograr que Tracy comenzara a verlo como algo más que un niño pequeño; no estaba dispuesto a volver a ser el hermano pequeño que Tracy nunca tuvo, no ahora que Jake tenía veintiseis años y Tracy era una mujer madura de treinta y cuatro años y eran amantes. Aunque Jake se esfuerza por ocultar su dolor, es imposible ocultar el hecho de que, después de seis meses de tratamiento, rehabilitación y recuperación, aún no ha recuperado el uso de sus piernas y su médula espinal destrozada no se ha curado hasta el punto en que una estimulación menor haga que sus nervios reaccionen exageradamente. Podría tomar morfina para adormecer el dolor, pero le nublaban la mente y provocan que sus músculos débiles sean menos controlables, que es exactamente lo que no quiere. Así que aprieta los dientes y soporta el dolor, esperando un retorno más rápido de todas sus facultades. Su vida estaba acabada y era un maldito infierno... Una noche, Tracy llega a casa después de clases y encuentra a Jake solo y desnudo en el suelo del baño, luchando por volver a subirse a su silla de ruedas, tras haberse caído sobre las baldosas y haber renunciado a intentar meterse en la bañera. Jake se siente tan jodidamente humillado que casi podría hechizar a su amante hasta dejarla ciega, solo para no tener que enfrentarse a la abrumadora compasión de reflejada en los ojos verdes de su novia. Pero Tracy conoce demasiado bien a Jake, lo conoce mejor que nadie y decide que lo mejor es no reaccionar exageradamente. En todo caso, reacciona de forma discreta, porque comprende que la parte más sensible de Jake no es su columna, si no su ego. Se apoya en el marco de la puerta y se cruza de brazos, sonriendo con ironía. Pero no puede ocultar sus emociones como James y finalmente sus labios tiemblan y sus ojos se llenan de lágrimas. —¿O estás intentando seducirme, o bien hoy despediste a otro asistente? —Pregunta Tracy con la voz quebrada. Intentaba ser graciosa, pero sabe que falló notablemente. Jake le devuelve la sonrisa, pero la de él es desdeñosa y cargada de sarcasmo. —Digamos que ambas cosas —su voz sale cargada de amargura. La mujer se aparta de la puerta para ayudar a su novio a sentarse en la silla de ruedas. —¿Qué tal si me abstengo de decirte lo malcriado que eres y simplemente te doy un baño? Sabes perfectamente que no me cuesta nada ayudarte con esto. Tal vez hace seis meses atrás, Jake habría tomado esto como una broma. Pero está tan amargado y roto por dentro desde su accidente que lo ve como otro ejemplo de cómo su novia lo trata como a un niño. Incluso podría recordar que Tracy le decía palabras similares cuando eran niños, cuando Jake era lo suficientemente joven como para justificar que ella lo cuidara. Jake no quiere una niñera, por eso había tenido cinco asistentes a domicilio y tres enfermeras. Había sido un desafío encontrar a las personas adecuadas para ayudarlo con su recuperación y rehabilitación. Necesita de profesionales que sean discretos y que no vendan fotos humillantes ni información personal a la prensa. De ahí su decisión de recuperarse en una cabaña remota, en lugar de una clínica. Necesita personas que puedan soportar sus rabietas, que no se dobleguen ante la presión que ejerce sobre su personal de apoyo y sobre él mismo. Necesita personas que no lo mimen excesivamente ni lo descuiden de manera irresponsable, que puedan encontrar un equilibrio entre las dos cosas. Jake está empezando a pensar que esos profesionales no existen en la profesión médica y que los únicos requisitos para graduarse de una universidad de medicina son la idiotez y la incompetencia. Tracy desliza sus brazos debajo de los de Jake y lo sostiene con firmeza. No es un abrazo, aunque el hombre realmente necesita uno en ese momento. Es un baile bien ensayado por ambos, Jake se inclina hacia adelante, poniendo el peso de la parte superior de su cuerpo sobre Tracy, y ella levanta a su novio de la silla y lo mete en la bañera con mucho esfuerzo, por la intromisión el agua salpica al piso y un poco en su rostro. —¿Sabes qué haría que este baño fuera perfecto? —Pregunta Jake, sonriéndole a la hermosa mujer que tenía frente a él. —Tienes exactamente lo que necesitas, Jake. —Responde Tracy, alborotando el cabello ya despeinado de Jake. Sin embargo, él quiere alejarse de los dedos de su novia. Es como volver a tener cinco años, sin la nostalgia melancólica. Tracy, sacó una caja colorida del estante del baño y vertió un poco de esta en la bañera. Rápidamente la bañera se llenó de coloridas pompas de jabón y esa escena ocasionó aún más desolación en el corazón de Jake. Era como volver a tener cinco años y quedar al cuidado de Tracy por que sus padres trabajaban todo el día y ella accedía a cuidarlo como muestra de agradecimiento por que ellos la acogieron cuando quedó huérfana. Tracy, ajena a los pensamientos de su chico, sonríe con cariño y se aleja de la bañera. —Voy a poner a hervir el agua y volveré a lavarte el cabello. Jake frunce el ceño profundamente cuando la mujer le da la espalda. Le devuelve la sonrisa a Tracy, justo cuando se da vuelta para agregar con picardía, picardía que le sienta demasiado mal. —No vayas a ningún lado, Jake —lo que James podría haber encontrado encantador si no estuviera tan molesto y en esas deplorables condiciones. Tracy se apresura a ir a la cocina mientras que Jake murmura para sí mismo con un tono hosco y burlón. —¿Sabes qué haría que este baño fuera perfecto, Tracy? Tú, dentro de esta maldita tina conmigo. Pero, ahora ya da igual. —Sonríe sarcásticamente y recoge espuma brillante con sus grandes manos mientras dice, bastante fuerte esta vez con la esperanza de que le oiga. —¡Tengo malditas burbujas en mis manos y en todo el put@ cuerpo! —Sopla la espuma de sus palmas ahuecadas y vuelve a hacer pucheros, sintiéndose más infeliz que nunca.