Archer es desesperadamente adicto.
Adicto a la sensación de ligereza y calidez mientras su cerebro se baña en dulce serotonina. Adicto a la oleada de adrenalina caliente que inunda sus venas. Adicto a la euforia arrolladora del amor y a la emoción eléctrica del peligro. Adicto al placer secreto, al cielo contenido en un único momento explosivo, a una disolución repentina y completa de sí mismo.
La primera vez que lo probó fue en la lengua de una hermosa muchacho de cabello rubio platino a la edad de catorce años. Creó una terrible necesidad dentro de él que nunca sería saciada del todo. Cada momento que pasaba separado de su ángel de luz blanca era tenso y ansioso. El intervalo lo ocupaban la obsesión y el anhelo. Y una vez que conseguía esa dosis, entregada por labios que susurraban amor puro, podía disfrutar de ese subidón durante horas, o al menos hasta el siguiente beso. Pero cuanto más tomaba, más necesitaba y más dolorosos eran los momentos previos a ese próximo golpe dichoso. Y