Mis dedos se enterraron en las sábanas mientras mi cuerpo se arqueaba en éxtasis. Christian sostenía firmemente mis caderas, su ritmo impetuoso e implacable. El cuarto estaba sumergido en la penumbra, solo la luz de la ciudad entrando por las rendijas de la persiana, creando sombras danzantes en nuestros cuerpos entrelazados.
—Christian... —mi gemido salió como una súplica cuando intensificó sus movimientos, sus ojos nunca dejando los míos.
Había una urgencia en cada caricia, cada beso, cada embestida —como si tratáramos de recuperar algo que habíamos perdido en la transición entre la Toscana y Buenos Aires. O tal vez estuviéramos tratando de crear algo nuevo, algo que perteneciera a este lugar, a esta realidad.
Capturó mis labios en un beso profundo y posesivo, silenciando mis gemidos mientras sus dedos encontraban el punto exacto donde más lo necesitaba. Todo mi cuerpo se estremeció bajo su toque experto, la tensión creciendo cada segundo.
—Mírame —ordenó, su voz ronca de deseo.