Dante tomó el teléfono otra vez., luego de dejar a Ariadna sobre la cama, aun temblaba, pero estaba mas tranquila que cuando llegó.
Jamás podrá sacar esa imagen de su mente.
Marcó un número que tenía guardado desde hacía años.
La llamada sonó una vez.
Dos.
—No atiendo antes de las ocho —respondió una voz femenina, ronca, molesta, claramente recién despierta.
—Necesito que atiendas ahora —dijo Dante.
Hubo un segundo de silencio.
—Dante.
—Sí.
—¿Qué pasó?
Él se apoyó contra la mesa. El pulso era firme, pero lento, como si todo su cuerpo estuviera conteniendo la rabia.
Había salido de la habitación para poder tomar aire, tenia los puños que le ardian, deseaba como el demonio tener esos tipos de frente y romperles cada hueso de su cuerpo.
—Tengo a alguien con una probable fractura nasal.
—¿Golpe o caída?
—Golpe —respondió él, sin rodeos.
La doctora suspiró.
—¿Estás bien?
—No soy yo —dijo Dante.
Otro silencio.
Uno más pesado.
—Entonces quién.
Dante no contestó de inmediato.
Se frotó la fr