Cuando Victoria despertó, se dio cuenta de que esa no era su casa, y no vio a Elsa ni a Mateo por ningún lado. Estaba dentro de una habitación muy pequeña y desconocida.
—¡Elsa! —Trató de llamarla.
Su diminuto corazón se aceleró, porque el miedo a no saber dónde estaba, la dominó. Casualmente, David escuchó su grito, y corrió hacia la habitación.
Abrió la puerta, dejando a Victoria aún más asustada. El hombre que le había hecho daño hace tiempo a su madre, estaba frente a ella. Se aferró a las sábanas de la cama.
—V-Victoria —David contuvo el nudo que se formó en su garganta—. No te haré daño, hija…
Ella retrocedió hasta pegar la espalda de la madera. No quería ver a ese hombre, lo odiaba.
—¡No te acerques! —chilló, apretando sus puños.
A David le dolió escuchar esas palabras. Su propia hija lo quería lejos, y eso le provocaba una fuerte punzada en su corazón.
Rowena entró con fastidio al escuchar los gritos. Se cruzó de brazos cuando vio a la pequeña toda asustada y haciéndos