Mónica se casó por obligación y con el tiempo logró enamorarse de su frío y despiadado esposo, David Lambert. Un exitoso empresario que salvó a su familia de la ruina, y solo quería un heredero. Él pisó los sentimientos de su esposa. Ella creyó que algún día cambiaría, pero no fue así. Mónica por fin quedó embarazada después de someterse a varios tratamientos, pero ya era demasiado tarde. David había conseguido una amante y al dejarla embarazada, era la excusa perfecta para divorciarse de Mónica. Humilló a su esposa frente a toda la familia Lambert, tachándola de infértil. Mónica juró vengarse de la peor manera. Un plan calculador que le llevó años de esfuerzo. Consiguió un empleo, teniendo de jefe al enemigo de su ex, y no dudó en hacerle una propuesta. Rafael Rowling era el CEO más temido de la ciudad por tener el poder de hundir a cualquiera. Se uniría a Mónica para juntos destruir la felicidad de David desde sus raíces, pero esto no lo hacía por gusto, sino porque ocultaba un secreto que involucraba a la misma Mónica. ¿Qué pasará cuando el amor se interponga en sus caminos?
Leer más—Cariño, hay que intentarlo. ¿No eres el que más quiere tener un hijo? —Agarró el brazo de su esposo, David Lambert.
Este se soltó del agarre de forma brusca, dejó a Mónica con los ojos abiertos y el ceño fruncido.
Se preguntaba: ¿por qué su esposo no la amaba? ¿Por qué la evadía tanto? ¿Qué fue lo que cambió?
—Me aturdes, Mónica. Vete a limpiar o a lavar, no lo sé —masculló, estresado—. No puedes tener hijos, esa es la verdad. Deja de esforzarte por algo que jamás se hará realidad.
El corazón de Mónica se apretujó dentro de su pecho. Llevó ambas manos al mismo, buscando el consuelo. Ella siempre había anhelado tener un bebé.
Fue comprometida por obligación, la decisión la tomaron sus padres. Era la única manera de salvar a su familia de la ruina, si los Bustamante unían a su hija en matrimonio con el hijo de los Lambert.
David era conocido como un poderoso empresario, dueño de una cadena de hoteles que le heredó su padre después de haberse jubilado. Famoso y millonario.
—S-sé que ambos podemos lograrlo —La castaña se acercó de nuevo a él, temblorosa—. No podemos rendirnos, David. He estado en tratamiento, y el doctor me ha dicho que ya casi alcanzo la meta.
Tenían tres años de casados y buscando un heredero. A Mónica le habían diagnosticado problemas de infertilidad, la probabilidad de concebir era demasiado baja, menos del cinco por ciento, y eso cambió a David.
—¡Basta, Mónica! —gritó, no aguantaba la molestia que le causaba su esposa.
Ella se había vuelto un dolor de cabeza. Él nunca quiso casarse, pero tuvo que hacerlo para heredar la compañía familiar. Durante el primer año se sintió atraído por Mónica, ya que era una mujer atractiva de veinticinco años, pero con el pasar del tiempo, se fue descuidando.
Mónica todavía era joven, con veintiocho, lo que la hacía ver mayor era su estilo de vestir y ni se arreglaba su desordenado cabello.
—David…
—No soporto escuchar tu voz —Se sobó la sien estresado—. No quiero volver a acostarme contigo, ¿entiendes? Me das asco ya. Estoy cansado de intentar e intentar para nunca lograr nada. Tus tetas están caídas, y ni hablar de tu trasero.
El nudo en la garganta invadió a Mónica, no pudo evitar las lágrimas que salieron de sus cuencas debido al maltrato verbal que le daba su esposo.
Ella solo quería tener una familia feliz.
¿Era difícil?
—No importa cuántos tratamientos hagas, jamás podrás quedar embarazada. Ríndete ya —sentenció el rubio, con unos ojos amenazantes—. Deja de vivir en tu cuento de hadas y acepta la realidad.
El hombre acomodó su corbata y se marchó del despacho. Mónica se quedó sola y pensando en el por qué del actuar de su marido.
¿Qué había hecho mal? Fue una buena esposa, siempre lo puso por delante y buscó satisfacerlo en todo.
Recordaba todos los buenos momentos, ¿acaso el amor que le dio durante el primer año había sido fingido?
—Mi señora, ¿está bien?
Delia, la sirvienta, entró al ver que el señor de la casa se había marchado. Ella era la única buena amiga que tenía Mónica en esa mansión, se contaban todo. La miró con preocupación, arrugando su frente.
—N-no te preocupes por mí, Delia —sollozó, sentándose en un sillón cercano.
—Venga, ¿cuánto más va a aguantar las humillaciones? —Puso ambas manos en sus caderas, en reproche.
Delia le aconsejaba todo el tiempo que lo mejor era pedirle el divorcio. Pero, la estabilidad emocional de Mónica estaba atada a su marido, ella no podía dejarlo.
Estaba enamorada, a pesar de los malos tratos. La sirvienta era unos años mayor que Mónica, por lo que tenía más experiencia y quería abrirle los ojos.
—Es mi esposo, no voy a dejarlo. Además, ¿qué haré si me echa de aquí? No quiero terminar en la calle.
—Ningún hijo te ata a él. Usted todavía es joven. Puede regresar con su familia, ellos la ayudarán —Delia tomó las manos de Mónica para animarla—. Es joven y hermosa. No se deje consumir por un hombre que no vale la pena.
Y sí, Delia ya tenía unas cuantas canas con cuarenta años. Sus ojos eran oscuros y le sobraban algunos kilos de más.
—Gracias por los ánimos, Delia. Pero no pienso dejarlo a menos que me engañe… —murmuró la mujer, bajando la cabeza.
En ese momento, a Delia se le encendió un bombillo en la cabeza. Sabía que le dolería a su amiga, recordó los rumores que había escuchado últimamente en la cocina de la mansión, dónde solía trabajar medio tiempo.
Inhaló hondo, dispuesta a contarle.
—Mi señora, las demás sirvientas están esparciendo ciertos rumores.
—Siempre lo han hecho, no es ninguna novedad.
—Rumores sobre su esposo —corrigió, en ese tono chismoso con el que solía hablarle—. Han visto a otra mujer, mucho más joven que usted. Le calculan unos veinte años o más.
—¿Q-qué? —titubeó, aterrada—. Él siempre hace negocios aquí en la casa.
—Dicen que la han visto escabullirse con el señor Lambert aquí en su despacho. Si yo fuera usted, iría a preguntarle —Delia se encogió de hombros, haciéndose la inocente—. Es solo un rumor, pero, ¿y si resulta ser verdad? ¿Y si su marido la engaña?
Mónica se quedó con la boca abierta, consternada por no creer que su esposo podía engañarla en su propia casa.
¿Sería cierto? ¿Le estaba siendo infiel después de todo lo que habían pasado juntos?
Ella sabía que su esposo se lo negaría todo, así que debía de estar más pendiente de los supuestos “asociados” de trabajo que él traía a casa.
Victoria estaba exhausta, llevaba en brazos a sus dos pequeños y Mónica llegó justo a tiempo para ayudarla con uno. —Déjame ayudarte, necesitas descansar más, mi amor —le dijo, preocupada. Su hija tenía unas ojeras notorias, trataba de trabajar y cuidar a sus hijos al mismo tiempo, cosa que la llevó a descuidar su aspecto. —Mamá, Mateo me ayuda mucho, quiero que no se sienta presionado al cuidar a los niños… —murmuró Victoria, moviendo un poco a Kevin. Había tenido gemelos, fue un parto bastante complicado ya que nacieron antes de lo previsto, pero gracias a Dios, pudieron recuperarse los tres. —Y pronto cumplirán sus dos añitos, no te preocupes que aprenderán a caminar sin ayuda —rio Mónica. —Ah, hoy vendrá mi hermano con su familia —comentó—. Quiero que cenemos todos, hace mucho que no nos reunimos. Michael y Sara se habían casado poco tiempo después de Victoria y Mateo, aunque su boda fue mucho más pequeña y privada. —¿Y no piensas arreglarte un poco? —bromeó su madre
Mateo y Victoria estaban celebrando su luna de miel en las montañas, después de tener un día ajetreado lleno de grandes aventuras y mucha excursión, volvieron al hotel dónde se hospedaban. Ella se metió en la bañera con el agua caliente, estaba disfrutando de la relajación que le brindaba la música clásica. Mateo entró sin previo aviso, dejándola en shock. Ella se cubrió ambos pechos. —¿Q-qué haces? Todavía no soportaba ver a Mateo desnudo, le daba un poco de vergüenza, y eso que lo hacían seguido. Él estaba en pelotas, se metió con ella en la bañera. —Pues, también necesito un baño… —La movió para ponerse detrás y besarle el cuello—. Además, no es la primera vez que nos bañamos juntos. Masajeó con delicadeza sus pechos cuando Victoria se quitó las manos. Ella gimió por lo bajo. Le sorprendía que Mateo pudiera ser todo un galán. —E-esto… —Shh, ¿no podemos hacerlo en nuestra luna de miel? —habló en un tono pícaro. —¡Deja de avergonzarme así! —Cubrió sus mejillas. Victoria no
*Dos años después… *El tiempo estaba pasando bastante rápido, Victoria ya tenía puesto su vestido blanco y el velo. La acompañaba su mejor amiga, sonriente por verla así. —¿Y para cuándo el bebé? Ya llevas dos años con Mateo y nada —bufó Sara, con una mano en la cintura. Victoria la miró de reojo, divertida. —¿Lo dices porque pronto nacerá tu pequeño retoño? —cuestionó. Sara estaba embarazada, todavía seguía con Michael, por supuesto que era suyo. Tenía tres meses de embarazo, fue en una de sus travesuras al no usar protección. —Ya te dije que se rompió el condón —mintió, apenada. —Sí, sí, te creo —Rodó los ojos, saliendo de la habitación—. Mateo es muy cuidadoso, siempre se preocupa por protegerse a la hora de hacerlo… —Ay, Mateo debería de ser más salvaje. Victoria se guardó lo que iba a decir, porque ya había visto a Mateo en todas sus facetas. Ambas salieron y fueron directo a la limusina que las estaba esperando afuera, Rafael le dedicó una sonrisa a su hija. —¿Ansiosa
Catherine y su pareja habían logrado entrar, mataron a los dos guardias sin problemas. Ella tenía el corazón a mil, había visto un auto estacionado afuera, así que supuso que Rafael estaba en casa. —Agarra todo lo que sea de valor —ordenó, metiendo varios jarrones en el bolso. —Entendido, capitana. Michael se detuvo detrás de un mueble junto a Sara, se agacharon rápidamente cuando vieron a dos ladrones. Él le hizo señas a su chica de que no hiciera ruido. —Ojalá que Mónica esté en casa, me alegrará meterle un tiro en la cabeza —bromeó la pelirroja. Quería volver a verla. Cuando Michael escuchó eso, las piezas del rompecabezas empezaron a conectar. Dedujo que esa mujer había sido la cómplice de Samuel, y ya sabía su historia. La madre de Mateo… —¿Es quién creo que es? —preguntó Sara, en voz baja. Su compañero asintió, una gota de sudor recorrió su frente. —Hay que darnos prisa, tengo un mal presentimiento de esto… —expresó Albert, tragando saliva. —Sígueme, según las notas d
Catherine, esa mujer que en el pasado trajo muchos problemas. Después de enterarse de que Samuel se suicidó, consiguió un nuevo amante que la ayudaría con su plan. —Ya está todo preparado —Llegó Albert, con dos trajes negros. —¿Conseguiste armas? —le preguntó la pelirroja, de brazos cruzados. Ella tenía la copia de los planos sobre la mansión Rowling, Samuel la convenció de robar el lugar, y ella gustosa aceptó, aunque lamentablemente él ya no estaba. —Por supuesto, bombón —sonrió de lado, sacando dos pistolas—. ¿Cómo lo haremos? Hay guardias en la entrada. —Pues los mataremos, ¿no es obvio? —Uh, saliste agresiva —bromeó el castaño, echándose el cabello hacia atrás. —Créeme, el dinero que debe de tener esa gente, vale la pena —Apretó los labios—. Además, tuve que apañármelas para sobrevivir en la cárcel por culpa de ellos…Albert se acercó, estaba con Catherine por puro pasatiempo. Cuando consiguiera el dinero, se iría del país para disfrutar de los placeres que tenía la vida.
Victoria llegó a la casa de Mateo, fue recibida por él. Acordaron ese día ver una película, ella iba a quedarse a dormir, ya que al ser fin de semana, los padres de Mateo se fueron a la casa de sus abuelos.—Bienvenida —le sonrió, abrió más la puerta. Era de noche, estaba nerviosa. Abrazó la mochila con fuerza, cualquier cosa podía pasar esa noche, y ella estaba ansiosa por hacer de todo un poco, estando completamente solos y a oscuras. —Traje palomitas, ¿y el microondas? —Por allá —señaló la cocina. Victoria fue de inmediato, apretó los labios, su cuerpo estaba tembloroso y todavía no la habían tocado. Había pasado una semana desde que se comprometió con Mateo, lo compartió con sus padres y estos se alegraron. Michael y Sara también estaban al tanto, ellos irían en pocos días a la mansión Rowling para quedarse durante una semana. —¿Tu papá no te ha dicho nada sobre Catherine? —inquirió él, sacando las latas de refresco. —Pues no… ¿quieres que mande a mi asistente a investigar
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