—Dime que no es cierto.
Mi voz tembló más de lo que quería admitir, pero el mundo entero acababa de sacudirse bajo mis pies. Frente a mí, Viktor se mantuvo inmóvil, su mandíbula tensa, su mirada fija en el punto exacto donde sabía que yo me rompería. Lo conocía lo suficiente para saber que ese silencio no era inocente. Era confesión.
—Dime que no me mentiste —insistí—. Que no sabías nada. Que no me hiciste caminar entre sombras mientras tú lo sabías todo.
—Ariadne… —dijo mi nombre como si eso pudiera frenar el derrumbe.
Pero era tarde. Ya lo había escuchado de los labios de Alexei, con esa maldita mezcla de furia y dolor que lo caracterizaba cuando hablaba de lo que realmente le importaba.
La clínica. La mujer.
La madre de Viktor.
—¿Estás diciendo que está viva? —Mis palabras fueron cuchillas, mi respiración se agitaba—. ¿Que todo este tiempo…? ¿Que mientras tú me advertías que nadie es lo que parece, tú escondías que tu madre estaba… viva?
Viktor apretó los dientes.
—No es tan simple