La Ofrenda del Zorro
El coche se detuvo con un suave chirrido de neumáticos sobre el gravín húmedo, un sonido que se perdió casi de inmediato en la densa niebla que abrazaba los muelles en la orilla norte del Támesis. Ariadna parpadeó, sintiendo el aliento frío de la noche londinense colarse por el respiradero de la ventanilla. El lugar que Kiam había escogido era, sin duda, un escenario sacado de las leyendas más oscuras de la ciudad.
Estaban frente a una fachada de piedra gris, casi negra, que se alzaba como un centinela fantasmal: las ruinas de un antiguo monasterio, que, según Kiam, había sido usado por la monarquía inglesa para almacenar reliquias arcanas y, más tarde, se había convertido en una prisión clandestina de la Corona. La leyenda susurraba que sus cimientos se hundían en una red de criptas y bóvedas medievales, un laberinto de piedra y humedad que se extendía bajo el río, sellado al mundo por siglos de historia y silencio. El lugar perfecto, pensó con un escalofrío, par