El Precio de la Libertad
Elías se quedó sin respiración. La furia y el dolor que lo habían consumido un instante antes se habían convertido en un vacío helado de confusión. El eco del golpe que había noqueado a Alaric resonaba en la cripta, pero lo que lo mantuvo inmóvil no fue la sorpresa, sino la mirada de Kiam. No había arrepentimiento, ni miedo, solo un cálculo frío.
Kiam se había acercado a Ariadna, la había desatado de las cuerdas que apresaban sus manos y tobillos, pero la mordaza de cuero seguía cubriendo su boca. Ariadna se masajeaba las muñecas, sus ojos clavados en Kiam, luchando por comprender si acababa de ser salvada o simplemente cambiada de carcelero.
El zorro, ignorando a la bruja por un momento, se giró hacia Elías, aún encadenado. Su rostro, bañado por la luz temblorosa de la antorcha, era indescifrable.
—¿Creíste que el zorro sería tan estúpido? —había siseado Kiam, ajustándose la chaqueta, su voz baja pero cortante—. Jamás te traicionaría, brujita. Y un Alfa agoni