Maddison
Han pasado tres días desde que recibí aquel mensaje. A veces me pregunto si todo esto no es más que un mal sueño, pero no… cada vez que cierro los ojos, lo recuerdo: la voz en el teléfono asegurándome que mi hijo está vivo.
Después de colgar, llamé al investigador de inmediato. Le conté todo: el mensaje, la llamada, mis temores. Él me escuchó en silencio y me prometió que no iba a descansar hasta encontrar la verdad. Aun así, el miedo no desaparece. No importa cuánto me lo repita, siempre está ahí, en el fondo de mi garganta.
Esta mañana, apenas el sol empieza a filtrarse por la ventana, suena el teléfono. Lo agarro con una velocidad increíble.
—¿Sí? —respondo, intentando que mi voz suene firme.
—Maddison, soy yo —dice el investigador con ese tono calmado que siempre logra tranquilizarme un poco—. Tengo noticias. Encontré al Dr. Lewis. Está aquí, en la ciudad, si quieres, puedo confrontarlo yo solo…
—No —lo corto de inmediato, con más fuerza de la que creía tener—. Quiero est