Derek
El chirrido de las llantas todavía retumba en mi cabeza mientras la sostengo contra mí. Mi corazón late con fuerza, como un maldito tambor enloquecido, y mis pulmones arden de la carrera y el miedo. Maddison tiembla en mis brazos con la respiración entrecortada, y durante un segundo solo la sostengo, asegurándome de que esté viva.
Porque si algo le pasara… no lo soportaría.
La miro, sus ojos enormes están llenos de terror y confusión. Su piel está fría, tan fría que me dan ganas de envolverla entera para protegerla del mundo.
—¿Estás bien? —pregunto con voz baja, aunque mi tono está cargado de una rabia que apenas puedo contener.
Ella asiente apenas, pero no le creo. La conozco demasiado bien: está tratando de mantenerse fuerte, de no dejar que me acerque más de lo que ya lo he hecho, pero la necesito viva, la necesito conmigo.
—Vamos, Maddison —le susurro, pasándole un brazo por la cintura y llevándola hacia la acera—, te llevaré al hospital.
—No, no es necesario —consigue deci