CAPÍTULO 169: ÚLTIMO OBSTÁCULO
Maddison
Las luces de las ambulancias parpadean como destellos enloquecidos que me queman los ojos, pero no me muevo. Estoy sentada en el borde de la camilla, con las manos temblando, la respiración irregular y el pecho apretado como si el aire se hubiera vuelto demasiado denso para entrar en mis pulmones. Entonces lo veo: la puerta lateral del infierno se abre y de entre las sombras, cargado por dos bomberos, aparece Derek. Su rostro está ennegrecido por el hollín, la piel de sus brazos marcada por rasguños y pequeñas quemaduras, y su mirada es la de alguien que ha visto la muerte demasiado de cerca.
Mis ojos se llenan de lágrimas y no puedo contenerlas. Corro hacia él con mis pies descalzos sobre el césped frío y me cuelgo de su cuello sin importarme que su camisa esté empapada de humo y sudor. Siento su respiración pesada contra mi oído, su mano temblorosa en mi espalda, y escucho su voz ronca.
—Estoy bien… —dice, aunque su tono es frágil, quebrado—.