CAPÍTULO 41: EL NACIMIENTO QUE NO FUE
Maddison
Andrew entra a mi habitación igual que los últimos días, como si cada uno de sus movimientos estuvieran pensados solo para no alterarme. Lleva una taza de café en la mano, aunque sé que no ha dormido bien, y una bolsa con panecillos que probablemente no tengo fuerzas ni para mirar. Pero lo que me llama la atención no es eso, sino su expresión. El gesto tenso en su mandíbula, los ojos inquietos que evitan los míos.
—¿Pasa algo? —pregunto, con la voz más firme de lo que esperaba.
Se detiene apenas un segundo, lo suficiente como para que mi estómago se encoja.
—No —responde, forzando una sonrisa—. Todo está bien, Maddison. Solo vine a ver cómo amaneciste.
—¿Seguro que todo está bien? —insisto, mirándolo directamente—. Tienes esa cara de... cuando no quieres decirme algo.
—Es solo cansancio. Nada importante, de verdad.
Sus ojos esquivan los míos. Me revuelvo un poco entre las sábanas, acomodándome con cuidado por mi abdomen abultado.
—Andrew.