Derek
Levanto la copa de champán mientras Vanessa sonríe al fotógrafo. Ella es perfecta en público, elegante, discreta, con ese aire de princesa que tanto esperan los accionistas. Tiene el apellido correcto, la historia correcta, la sonrisa correcta, pero no significa nada para mí.
Maddison está del otro lado del salón, junto a los asistentes de eventos. Lleva un vestido negro, sencillo. El tipo de prenda que no llama la atención, pero que en ella, maldit4 sea, se ve como un jodid0 pecado.
No me mira, pero sé que me ha visto. El temblor en su barbilla la delata, ese pequeño tic nervioso que solo aparece cuando está a punto de romperse y aun así, no dice nada.
La ignoro. Es lo que espera de mí, lo que debo hacer. Esta relación nunca fue real, fue un escape, un secreto. Un vicio al que no pude renunciar… hasta ahora.
Me caso en un mes.
Lo he dicho en mil reuniones, lo he repetido frente a cámaras, y aun así… cuando la veo a ella, tan frágil, tan mía, siento que algo me quema por dentro, pero no retrocedo, no puedo hacerlo porque de este matrimonio depende el futuro de mi empresa.
Vanessa toma mi brazo cuando el presentador menciona nuestros nombres. Sonreímos para la foto, brindamos, y todo sigue su curso.
Sin embargo, todo se detiene cuando los ojos de Maddison se cruzan con los míos desde el otro extremo del salón. Son solo unos segundos, apenas un parpadeo. Ella desaparece entre la multitud y aunque no la busco porque no puedo hacerlo con todos mirando, una parte de mí quiere ir tras ella.
*
A la mañana siguiente, llego temprano a la oficina. Más temprano que de costumbre.
Reviso correos sin prestar demasiada atención, hasta que escucho sus pasos. Maddison entra directamente y cierra la puerta con un golpe seco. Se planta frente a mí con la postura recta, pero sus manos tiemblan y aunque intenta fingir que está tranquila, sus ojos me cuentan otra historia.
—¿Por qué no me lo dijiste tú? —pregunta.
Me reclino en el sillón, cruzando las piernas con calma. Estoy agotado. He tenido cinco reuniones y dos llamadas con abogados, no tengo tiempo para reproches… ni para sentimentalismos.
—¿Decirte qué? —pregunto, como si no supiera exactamente de qué habla.
Ella aprieta los labios. Me odia en este momento, pero a pesar de eso, sé que me desea. Puedo verlo en la forma en que sus pupilas se dilatan cuando me acerco.
—Que te ibas a casar.
—Tú sabías lo que esto era —respondo con frialdad—. Desde el principio.
Se queda en silencio. Su respiración es lenta, medida, está luchando por no romperse delante de mí.
—Nunca me mentiste, eso es cierto, pero tampoco me dijiste que ibas a casarte con otra.
—¿Y qué esperabas? ¿Un aviso personal? ¿Una disculpa? —Me levanto caminando hacia ella—. Maddison, esto nunca fue más que sex0, Tú sabías las reglas desde el primer día, así que no hagas esto más difícil de lo que debe ser.
Ella se estremece cuando la rodeo, como si aún en este momento, su cuerpo no pudiera negarme. Me inclino, rozando sus labios con los míos.
—Derek… —murmura, apartándose— No me beses.
Retrocede. Me empuja, me rechaza.
Por primera vez desde que todo esto empezó, ella se atreve a decir que no. A alejarse de mí como si no me necesitara para respirar.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —gruño tomándola del brazo—. ¿Te crees mejor que esto ahora?
—Tal vez es lo que debí haber hecho antes. Creer que soy mejor que ser simplemente tu amante —espeta con rabia. No me esperaba esta valentía de ella.
Intenta apartarse, pero no se lo permito.
—¿A dónde crees que vas, Maddison? Sabes bien que eres mía, mi matrimonio con Vanessa no tiene que significar que esto se acabe.
Ella abre los ojos hasta el límite, un par de lágrimas se asoman en sus ojos, pero las reprime.
—¿Qué? —susurra.
La atraigo más hacia mi cuerpo, acaricio su mejilla con suavidad, ella cierra los ojos y me permite tocarla.
—Tú seguirás siendo mi asistente, seguirás a mi lado y serás mía cada vez que te llame, sé que me deseas, no puedes negarlo.
Maddison deja caer una lágrima y cuando abre los ojos, parece otra mujer.
—No. Lo siento, pero no puedo. Una cosa es tener una relación secreta contigo mientras fueses soltero, pero esto… yo no voy a ser tu amante mientras tú te casas con otra.
—Maddison —susurro su nombre, eso la desarma.
—¡No, Derek! ¡Yo te amo! —exclama, más alto de lo normal, alguien podría escucharnos.
—¿Me rechazas entonces?
Ella me empuja suavemente, da un paso hacia atrás y niega con la cabeza.
—Sí, esto se acabó. No voy a ser más tu juguete.
No espera a una respuesta de mi parte, camina hacia la puerta y sin mirarme, se va.
La rabia me consume, no debería importarme, no debería ni pensar en ella, pero lo hago. Una y otra vez, cada maldito segundo.
Ella no tiene derecho a cerrarme la puerta en la cara. A fingir que ya no soy nadie para ella, porque lo soy. Lo he sido desde el primer día que entró en mi oficina con esos ojos grandes y esa voz suave.
Paso el resto del día esperando volver a verla, pero no vuelve. Me manda los documentos del día con otra secretaria y se va antes de que pueda salir y alcanzarla.
Apenas acabo el trabajo en la oficina me subo a mi auto y voy a su apartamento. No pienso, solo actúo.
Golpeo la puerta con fuerza.
—¡Maddison! Abre.
Nada.
—No me ignores.
Silencio.
—Maldit4 sea, abre esta puerta —gruño golpeando de nuevo—. O juro que la tiraré abajo.
Finalmente, se escucha el pestillo.
Sus ojos están rojos. No necesita decírmelo: ha llorado por mí, me odia. Lo veo en la forma en que aprieta los puños a los costados de su cuerpo, en cómo se muerde el labio inferior para no gritarme lo que está a punto de estallar dentro de ella.
Pero no da un paso atrás y eso es todo lo que necesito. La tomo del rostro sin darle oportunidad a decir nada y la beso. No hay ternura en mis labios, solo necesidad, impulso y deseo.
Ella gim3. No por dolor… sino porque me quiere, aunque se odie por hacerlo.
La empujo contra la pared. Mi cuerpo la aplasta mientras mi boca la consume. Y cuando intento alejarme, me aferra de la camisa con fuerza. Su mente grita que no, pero su cuerpo me ruega que no me detenga.
—¿Eso es lo que querías, no? —le susurro al oído—. ¿Qué te lo dijera antes? ¿Qué te explicara? Maddison… no eres mi esposa. Nunca prometí que lo serías.
Ella intenta hablar, pero solo emite un sollozo ahogado.
—No llores ahora. Sabías lo que esto era desde el principio —escupo las palabras con crueldad—. Nunca te mentí, tú aceptaste este juego, así que no actúes como si fueras la víctima.
—No soy un objeto, Derek —susurra temblando.
—No. Eres mía —le gruño tomando su muñeca y llevándola hacia la habitación.
No se resiste. Su silencio es la única respuesta que necesito.
Le despojo de su blusa en la penumbra del cuarto, arrancándola casi con desprecio. Ella jade4, pero no se mueve. Me mira con esos ojos llenos de reproche, de rabia y dolor. Pero también con deseo.
Mis manos recorren su cuerpo con la desesperación de un adicto. Ella me deja hacer, se rinde como siempre.
Termina temblando bajo mis caricias. Yo la devoro como un hombre hambriento, como si fuera mi última cena antes del infierno. Gim3 mi nombre entre suspiros y sus uñas se clavan en mi espalda.
Cuando todo termina, me aparto sin palabras.
Me visto en silencio. Miro de reojo su figura sentada al borde de la cama, con la sábana aferrada a su pecho, los ojos perdidos y la piel todavía marcada por mí.
—No vuelvas a hacer eso —le digo ajustándome el reloj—. No me des la espalda, no me ignores, no tienes ese derecho.
Ella no responde y yo no espero que lo haga.
Tomo mi abrigo, camino hacia la puerta y la cierro tras de mí como si nada hubiera pasado. Ella es solo un secreto más que puedo guardar en el bolsillo de mi traje.
MaddisonHan pasado tres semanas desde aquella noche. Tres semanas desde que Derek me obligó a recordar con su cuerpo todo lo que él niega con sus palabras.No he respondido sus llamadas ni sus mensajes. No he vuelto a cruzar palabra con él en la oficina más allá de lo estrictamente profesional, y aun así... él me mira. Me observa como si no soportara que lo ignore. A veces pasa junto a mi escritorio y deja caer sobre mí esa mirada gélida que me recorre como un látigo. Otras, simplemente se encierra en su despacho y me hace llamarlo por interno solo para oírme decir: “¿en qué puedo ayudarte, señor Kingsley?”.Y aunque intento parecer fuerte, cada noche llego a casa y me deshago.Me siento vacía, usada, ridícula. Fui solo eso: un cuerpo disponible, un secreto conveniente.Y lo peor… es que aún lo deseo.Pero hoy algo es distinto.Camino hacia la estación del metro sintiendo una presión extraña en el pecho, como si el aire no fluyera bien. Me mareo, el ruido de la ciudad me golpea con f
MaddisonNo duermo esa noche. Me encojo en el sofá con una manta que no abriga nada, abrazando mi vientre como si pudiera protegerlo del mundo con solo desearlo.La mente me da vueltas. La imagen del resultado que me dio el médico, el sonido seco de su voz aquella última vez, el rostro de Vanessa y la maldita invitación de boda. Todo se mezcla y me aplasta.Lo amo. Dios, cómo lo amo, pero también lo odio.Odio lo que me hace ser cuando estoy con él, odio cómo me traga viva y luego me escupe como si no importara.Derek no me quiere. Solo me desea, me controla, me toma como si fuese uno más de sus objetos. Y ahora... ahora tengo dentro de mí una parte de él que nunca pedí.—¿Estás segura de que no quieres pensarlo un poco más? —me pregunta Claire con una taza de café humeante en las manos.—No necesito pensarlo —respondo con más seguridad de la que creí tener—. No voy a ser su amante mientras él vive su vida perfecta. No voy a suplicarle esta vez, se acabó.Llego temprano a la oficina a
DerekHan pasado dos meses desde que Maddison desapareció. Dos maldit0s meses.Me casé con Vanessa, firmé los papeles, sonreí para las fotos, le di un beso frente a más de doscientos invitados y me fui a una luna de miel que no recuerdo.Vanessa es todo lo que se espera de una esposa en mi mundo: perfecta, educada, estratégicamente ambiciosa. Me observa como si esperara que yo le diera alguna señal, pero no lo hago. No dejo de pensar en Maddison, en la manera en que simplemente se fue sin decir nada, en lo fácil que fue para ella borrarme como si yo nunca hubiera significado nada.Al principio creí que era una rabieta, un berrinche a causa de mi boda. Estaba seguro de que volvería, pero no lo hizo y con cada día que pasa, mi paciencia se agota.La busqué. Claro que lo hice.Mandé a revisar los registros de su teléfono, sus correos, las cámaras del edificio, pero no conseguí nada. Cambió de número, cerró sus cuentas. Borró su existencia digital con una precisión que no esperaba de ella
MaddisonAcabo de decir la mentira más grande de mi vida.Y duele. Duele más que cualquier otra cosa que haya hecho, más que irme o llorarlo. Más que recordarlo en las noches mientras me abrazaba a mí misma deseando que me hubiera elegido.—¿No es mío? —pregunta Derek, y su voz no suena como la de un hombre que ama. Suena como un reclamo territorial.Trago saliva, tengo el nudo en la garganta. Sé que tengo que mantenerme firme, pero siento que me estoy desmoronando desde dentro.—No —respondo sin mirarlo, y cada sílaba me corta la lengua por dentro—. Estuve con alguien más antes de irme, así que obviamente no tiene sentido involucrarte en esto.Él se queda en silencio mientras procesa mis palabras, y luego, se ríe de forma vacía y sarcástica. Como si le acabara de confirmar lo que siempre pensó de mí.—Por supuesto que lo estuviste —dice sin emoción, como si ya no significara nada. Como si yo no significara nada.Y entonces se da la vuelta y se va. No dice más, no lanza preguntas ni m
DerekAhí está Maddison, Saliendo de una veterinaria como si viviera en un comercial barato de pueblo. Tiene esa sonrisa suave, esa risa que le sube por la garganta y le ilumina los ojos. No se ríe así conmigo, nunca se ha reído así conmigo. O tal vez sí, pero yo nunca lo noté.Y hay un hombre a su lado. Alto, buen porte, ropa limpia y seguro de sí mismo. Le acomoda el bolso con una naturalidad que me revuelve el estómago, le toca el brazo y la mira como si tuviera algún derecho.Ella no se aparta, no lo rechaza. ¿Será que ese es el imbécil con el que me engañó? ¿Será que él es el padre del hijo que está esperando?Trago saliva, pero no me muevo, solo los observo como el depredador que soy. Aprendí a controlar mis impulsos desde niño, fingir que no me importaba nada y no mostrar debilidad, pero ver esa escena me despierta una rabia que no sabía que seguía viva.Maddison me miró a los ojos y me dijo que ese bebé no es mío. Ya me reemplazó, en su cama y en su vida por ese maldit0 imbéci
MaddisonDerek no se va. No dice nada, no se acerca, no exige explicaciones, pero está ahí constantemente. Lo veo todos los días. A veces desde la ventana de la cafetería, de pie junto a su auto, fingiendo que habla por teléfono. Otras veces lo encuentro cruzando la calle justo cuando salgo de trabajar. No es coincidencia, por supuesto que no.Es un cínico descarado que debería estar cumpliéndole a su esposa. Pero no me sorprende que pueda estar aquí acosándome, a tan solo dos meses de haberse casado con otra, porque para Derek Kingsley no existen las mismas leyes morales que rigen a los demás.Y aunque no me enfrenta, su presencia es como un recuerdo que se niega a morir.Trato de seguir con mi rutina. Sonreír, servir mesas, fingir que todo está bien, pero su sombra me acompaña a todas partes. Cada vez que salgo a la playa para tomar aire, ahí está, a la distancia. Cada vez que Andrew me acompaña hasta casa después de visitar al perrito, Derek aparece en algún rincón del paisaje y au
CAPÍTULO 9: LA ESPOSA TRAICIONADAVanessaNo soy una mujer celosa. Nunca lo he sido.Los celos son para las inseguras, para las que no tienen nada que ofrecer más que su cuerpo y su miedo a ser reemplazadas. Yo no compito con nadie, yo gano, siempre.Pero estas ausencias comienzan a molestarme. Primero fueron las cancelaciones de reuniones importantes en la empresa. Mi padre organizó una junta con inversionistas clave y Derek desapareció con la excusa de un viaje de negocios en Nueva York. Le creí la primera vez, después, el silencio se volvió costumbre. Dos fines de semana sin saber nada de él. Ni un mensaje, ni una llamada o una maldita señal.Lo llamo. Una vez, dos, tres, cuatro... cinco. Finalmente responde, y lo hace con ese tono irritado que me hace hervir la sangre.—¿Qué quieres? —dice, como si yo fuera una molestia menor en su apretada agenda.—Saber dónde estás. Saber cuánto más va a durar ese bendito viaje de negocios. Mi padre quiere hablar contigo sobre la empresa, y no p
CAPÍTULO 10: DAÑO COLATERALMaddison—¿Quieres hacerte pasar por el padre de mi hijo?Miro a Andrew, completamente desconcertada. Apenas nos conocemos. No llevamos más que unos días hablando, compartiendo un par de cafés tibios y jugo de naranja. Y ahora me sale con algo así, aunque quiero aceptarlo, es una locura.—¿Por qué harías algo así? —pregunto. Mis manos están enredadas sobre mi vientre, protectoras—. Derek es… es peligroso, Andrew. Es terco, orgulloso, tiene dinero, poder… Puede arruinarte la vida si le da la gana.Él no se inmuta. Solo me mira con esa calma que lo caracteriza, como si lo que propone no fuera una locura.—No me interesa lo que ese idiota pueda hacerme —responde encogiéndose de hombros—. No le tengo miedo. Lo hago por ti, porque… creo que es lo correcto.Abro la boca, pero no tengo palabras. Siento un nudo en la garganta, una mezcla de alivio y tristeza. Nadie había dicho algo así por mí, nadie había estado dispuesto a arriesgar nada por protegerme. Andrew no