Maddison
Han pasado tres semanas desde aquella noche. Tres semanas desde que Derek me obligó a recordar con su cuerpo todo lo que él niega con sus palabras.
No he respondido sus llamadas ni sus mensajes. No he vuelto a cruzar palabra con él en la oficina más allá de lo estrictamente profesional, y aun así... él me mira. Me observa como si no soportara que lo ignore. A veces pasa junto a mi escritorio y deja caer sobre mí esa mirada gélida que me recorre como un látigo. Otras, simplemente se encierra en su despacho y me hace llamarlo por interno solo para oírme decir: “¿en qué puedo ayudarte, señor Kingsley?”.
Y aunque intento parecer fuerte, cada noche llego a casa y me deshago.
Me siento vacía, usada, ridícula. Fui solo eso: un cuerpo disponible, un secreto conveniente.
Y lo peor… es que aún lo deseo.Pero hoy algo es distinto.
Camino hacia la estación del metro sintiendo una presión extraña en el pecho, como si el aire no fluyera bien. Me mareo, el ruido de la ciudad me golpea con fuerza. Trato de mantenerme en pie, de concentrarme, pero mis piernas ceden.
Todo se vuelve negro.
…
Despierto con la voz de mi mejor amiga, Claire, llamándome por mi nombre como si hubiera gritado varias veces antes. Estamos en la sala de espera de una clínica, y su expresión es de puro susto y preocupación.
—¿Qué diablos te pasa, Mads? —pregunta con el ceño fruncido—. Te desmayaste, tienes la piel pálida como papel.
—Estoy bien… solo fue el calor —miento, pero mi voz tiembla.
Claire no me cree, nunca lo hace, siempre me lee con una facilidad odiosa.
—Te he visto arrastrarte a la oficina como zombie desde hace semanas. Lloras sin que yo te diga nada y ahora esto. Vamos a entrar con el médico y no me vas a decir que “es estrés”. ¿Me oíste?
No tengo fuerzas para discutir, así que asiento.
La consulta es rápida. El doctor pregunta, revisa, escucha. Me toma el pulso y me hace unas preguntas de rutina, también me ve a los ojos cuando pregunta:
—¿Tuviste retrasos en tu menstruación?
Parpadeo.
Claire me mira y yo también la miro.
«Maldición, no puede ser». No quería admitirlo frente a mi amiga, pero no me queda más opción.
El doctor ordena un análisis de sangre. El reloj avanza, pero mi mundo ya se detuvo antes de que él regrese con los resultados.
—Felicidades, Maddison. Estás embarazada. De unas siete semanas, por lo que calculamos.
El corazón me da un vuelco. Un latigazo.
Siete semanas, siete…
Mi mundo se parte en dos. Salgo del consultorio con los papeles en la mano, Claire me mira en silencio, esperando que yo diga algo, cualquier cosa, pero no puedo.
¿Cómo se le explica a alguien que acabas de quedar unida para siempre al hombre que nunca te eligió?
El tren de pensamientos no se detiene. Siento náuseas, pero ya no sé si son por el embarazo o por el miedo. El miedo de que Derek jamás me vea como más que un secreto. El miedo de criar un hijo que va a preguntar por qué papá no vive con nosotros, por qué papá se casó con otra mujer.
Porque sí. Derek se va a casar con Vanessa, la perfecta, rica, poderosa y conveniente Vanessa Beaumont.
—¿Y bien? ¿No me vas a decir nada? No sabía que tenías novio —dice Claire cuando llegamos a mi departamento.
Me dejo caer sobre el sofá, creo que estoy en estado de shock.
—No lo tengo —susurro.
Claire se sienta a mi lado, ella también esta impactada, pero no de la misma forma que yo.
—¿Fue una noche de copas? No me digas que no sabes quién es…
—Sí sé quién es.
—Mads, me estás matando, por favor.
—Lo siento Claire, lamento no habértelo dicho antes, es que… no me enorgullece.
—Ya deja de dar vueltas, por favor —me suplica.
Suspiro y entonces le cuento la verdad.
—Mi jefe y yo… somos amantes —admito. Ella abre los ojos hasta el límite y suelta un jadeo ahogado—. Empezó hace dos años, casi al mismo tiempo que entré a trabajar en su empresa. Sé que fui una tonta al creer que podríamos ser algo real, pero Derek… —vuelvo a suspirar—… me enamoré de él, como una tonta.
—No puedo creerlo, entonces ese bebé que esperas es…
Ella deja la frase en el aire, pero ambas sabemos lo que significa. Antes de seguir hablando noto la correspondencia sobre la mesa, ni siquiera noté cuando Claire la arrojó ahí. Un sobre llama mi atención.
Lo tomo entre mis dedos y mi corazón vuelve a detenerse…
“Kingsley & Beaumont – Invitación formal”
Mis dedos tiemblan al abrir el sobre que tiene un diseño elegante, sobrio.
sábado, 15 de abril.
En una semana…. en siete días, Derek Kingsley se convertirá en esposo de otra mujer. Y yo… yo voy a convertirme en madre de su hijo.
Me tapo la boca con la mano para no gritar.
Todo dentro de mí quiere correr lejos, escapar de este desastre, de esta vergüenza. Porque sé exactamente lo que haría él si se lo dijera: no se detendría, no se casaría conmigo.
—¿Vas a decírselo? —pregunta Claire, rompiendo el silencio.
—No. Él no puede saberlo nunca.
MaddisonNo duermo esa noche. Me encojo en el sofá con una manta que no abriga nada, abrazando mi vientre como si pudiera protegerlo del mundo con solo desearlo.La mente me da vueltas. La imagen del resultado que me dio el médico, el sonido seco de su voz aquella última vez, el rostro de Vanessa y la maldita invitación de boda. Todo se mezcla y me aplasta.Lo amo. Dios, cómo lo amo, pero también lo odio.Odio lo que me hace ser cuando estoy con él, odio cómo me traga viva y luego me escupe como si no importara.Derek no me quiere. Solo me desea, me controla, me toma como si fuese uno más de sus objetos. Y ahora... ahora tengo dentro de mí una parte de él que nunca pedí.—¿Estás segura de que no quieres pensarlo un poco más? —me pregunta Claire con una taza de café humeante en las manos.—No necesito pensarlo —respondo con más seguridad de la que creí tener—. No voy a ser su amante mientras él vive su vida perfecta. No voy a suplicarle esta vez, se acabó.Llego temprano a la oficina a
DerekHan pasado dos meses desde que Maddison desapareció. Dos maldit0s meses.Me casé con Vanessa, firmé los papeles, sonreí para las fotos, le di un beso frente a más de doscientos invitados y me fui a una luna de miel que no recuerdo.Vanessa es todo lo que se espera de una esposa en mi mundo: perfecta, educada, estratégicamente ambiciosa. Me observa como si esperara que yo le diera alguna señal, pero no lo hago. No dejo de pensar en Maddison, en la manera en que simplemente se fue sin decir nada, en lo fácil que fue para ella borrarme como si yo nunca hubiera significado nada.Al principio creí que era una rabieta, un berrinche a causa de mi boda. Estaba seguro de que volvería, pero no lo hizo y con cada día que pasa, mi paciencia se agota.La busqué. Claro que lo hice.Mandé a revisar los registros de su teléfono, sus correos, las cámaras del edificio, pero no conseguí nada. Cambió de número, cerró sus cuentas. Borró su existencia digital con una precisión que no esperaba de ella
MaddisonAcabo de decir la mentira más grande de mi vida.Y duele. Duele más que cualquier otra cosa que haya hecho, más que irme o llorarlo. Más que recordarlo en las noches mientras me abrazaba a mí misma deseando que me hubiera elegido.—¿No es mío? —pregunta Derek, y su voz no suena como la de un hombre que ama. Suena como un reclamo territorial.Trago saliva, tengo el nudo en la garganta. Sé que tengo que mantenerme firme, pero siento que me estoy desmoronando desde dentro.—No —respondo sin mirarlo, y cada sílaba me corta la lengua por dentro—. Estuve con alguien más antes de irme, así que obviamente no tiene sentido involucrarte en esto.Él se queda en silencio mientras procesa mis palabras, y luego, se ríe de forma vacía y sarcástica. Como si le acabara de confirmar lo que siempre pensó de mí.—Por supuesto que lo estuviste —dice sin emoción, como si ya no significara nada. Como si yo no significara nada.Y entonces se da la vuelta y se va. No dice más, no lanza preguntas ni m
DerekAhí está Maddison, Saliendo de una veterinaria como si viviera en un comercial barato de pueblo. Tiene esa sonrisa suave, esa risa que le sube por la garganta y le ilumina los ojos. No se ríe así conmigo, nunca se ha reído así conmigo. O tal vez sí, pero yo nunca lo noté.Y hay un hombre a su lado. Alto, buen porte, ropa limpia y seguro de sí mismo. Le acomoda el bolso con una naturalidad que me revuelve el estómago, le toca el brazo y la mira como si tuviera algún derecho.Ella no se aparta, no lo rechaza. ¿Será que ese es el imbécil con el que me engañó? ¿Será que él es el padre del hijo que está esperando?Trago saliva, pero no me muevo, solo los observo como el depredador que soy. Aprendí a controlar mis impulsos desde niño, fingir que no me importaba nada y no mostrar debilidad, pero ver esa escena me despierta una rabia que no sabía que seguía viva.Maddison me miró a los ojos y me dijo que ese bebé no es mío. Ya me reemplazó, en su cama y en su vida por ese maldit0 imbéci
MaddisonDerek no se va. No dice nada, no se acerca, no exige explicaciones, pero está ahí constantemente. Lo veo todos los días. A veces desde la ventana de la cafetería, de pie junto a su auto, fingiendo que habla por teléfono. Otras veces lo encuentro cruzando la calle justo cuando salgo de trabajar. No es coincidencia, por supuesto que no.Es un cínico descarado que debería estar cumpliéndole a su esposa. Pero no me sorprende que pueda estar aquí acosándome, a tan solo dos meses de haberse casado con otra, porque para Derek Kingsley no existen las mismas leyes morales que rigen a los demás.Y aunque no me enfrenta, su presencia es como un recuerdo que se niega a morir.Trato de seguir con mi rutina. Sonreír, servir mesas, fingir que todo está bien, pero su sombra me acompaña a todas partes. Cada vez que salgo a la playa para tomar aire, ahí está, a la distancia. Cada vez que Andrew me acompaña hasta casa después de visitar al perrito, Derek aparece en algún rincón del paisaje y au
MaddisonTodos en este edificio caminan como si yo fuera parte del mobiliario. Una silla más, una planta de oficina. Nadie me saluda al pasar, nadie recuerda mi cumpleaños, ni siquiera saben que odio el café sin azúcar, pero él sí lo sabe.—Evans, en mi despacho. Ahora —dice con una voz firme a través del intercomunicador.Mi cuerpo reacciona antes que mi mente. Me levanto, aliso la falda y me aseguro de que el cabello esté en su sitio como si eso importara, como si él alguna vez me mirara más allá de lo que necesita ver.Camino entre escritorios, sintiendo miradas fugaces y cuchicheos apenas disimulados. “Pobre Maddison, la esclava personal del ogro Kingsley”, eso es lo que todos piensan, pero no tienen idea, nadie la tiene.Abro la puerta de cristal de su oficina sin hacer ruido, como siempre. Él está de espaldas, mirando por la enorme ventana que da a Manhattan con las manos cruzadas detrás de la espalda, impecable en su traje oscuro y su mirada llena de arrogancia.—¿Me llamó, señ
DerekLevanto la copa de champán mientras Vanessa sonríe al fotógrafo. Ella es perfecta en público, elegante, discreta, con ese aire de princesa que tanto esperan los accionistas. Tiene el apellido correcto, la historia correcta, la sonrisa correcta, pero no significa nada para mí.Maddison está del otro lado del salón, junto a los asistentes de eventos. Lleva un vestido negro, sencillo. El tipo de prenda que no llama la atención, pero que en ella, maldit4 sea, se ve como un jodid0 pecado.No me mira, pero sé que me ha visto. El temblor en su barbilla la delata, ese pequeño tic nervioso que solo aparece cuando está a punto de romperse y aun así, no dice nada.La ignoro. Es lo que espera de mí, lo que debo hacer. Esta relación nunca fue real, fue un escape, un secreto. Un vicio al que no pude renunciar… hasta ahora.Me caso en un mes.Lo he dicho en mil reuniones, lo he repetido frente a cámaras, y aun así… cuando la veo a ella, tan frágil, tan mía, siento que algo me quema por dentro,