Maddison
Todos en este edificio caminan como si yo fuera parte del mobiliario. Una silla más, una planta de oficina. Nadie me saluda al pasar, nadie recuerda mi cumpleaños, ni siquiera saben que odio el café sin azúcar, pero él sí lo sabe.
—Evans, en mi despacho. Ahora —dice con una voz firme a través del intercomunicador.
Mi cuerpo reacciona antes que mi mente. Me levanto, aliso la falda y me aseguro de que el cabello esté en su sitio como si eso importara, como si él alguna vez me mirara más allá de lo que necesita ver.
Camino entre escritorios, sintiendo miradas fugaces y cuchicheos apenas disimulados. “Pobre Maddison, la esclava personal del ogro Kingsley”, eso es lo que todos piensan, pero no tienen idea, nadie la tiene.
Abro la puerta de cristal de su oficina sin hacer ruido, como siempre. Él está de espaldas, mirando por la enorme ventana que da a Manhattan con las manos cruzadas detrás de la espalda, impecable en su traje oscuro y su mirada llena de arrogancia.
—¿Me llamó, señor Kingsley? —pregunto, con la voz más neutra que logro conseguir.
Él no se gira aún.
—Cierra la puerta —ordena.
Obedezco. La traba hace clic, ese pequeño sonido activa un millón de sensaciones en mi cuerpo. Porque sé lo que viene, sé por qué me ha llamado. No es por el informe ni por la agenda, no es por trabajo.
Es por mí.
Se da la vuelta lentamente. Me observa con esa mirada helada, esa que parece atravesarme y desnudarme al mismo tiempo. Mi corazón late demasiado rápido. Me odia cuando me tiembla la voz, cuando no sostengo la mirada, pero también me odia si soy demasiado osada. Con él, nunca hay punto medio.
—¿Qué hiciste con los papeles del contrato McMillan? —pregunta de forma seca acercándose un paso.
—Están listos, los dejé en su escritorio esta mañana con la nota que me pidió.
Asiente apenas. Me analiza en silencio, como si buscara en mi rostro alguna imperfección, algún fallo. Me cuesta respirar cuando se acerca más. Sus manos se apoyan en el escritorio, y su tono cambia a uno más bajo, peligroso e intenso.
—No era eso lo que quería de ti hoy.
Mi piel se eriza y mis rodillas tiemblan. Lo odio por hacerme esto, por desarmarme con una sola frase y saber exactamente cómo doblegarme.
—Lo sé —susurro bajando la vista.
En tres pasos está frente a mí. Su dedo toma mi barbilla y me obliga a levantar el rostro. Su contacto es suave, pero no hay ternura, nunca la hay.
—Entonces compórtate como si lo supieras.
No necesito más. Sus labios chocan con los míos como una orden, no una caricia. Me besa con fuerza, con desesperación, y yo... yo me dejo consumir. Porque no sé cómo decir que no, porque cuando él me toca, todo lo demás desaparece.
Sus manos son expertas, exigentes. Me sienta sobre el escritorio como si fuera un objeto, apartando papeles sin mirar. Me desabrocha la blusa sin cuidado, arrancando un g3mido que se ahoga entre nuestras bocas. Todo es rápido y urgente como si no pudiera esperar un segundo más, como si yo fuera una dr0ga que necesita para sobrevivir.
Pero no hay palabras dulces, no hay susurros al oído. Solo respiraciones agitadas, gruñidos de deseo y su voz mandando, exigiéndome más.
Me toma ahí mismo, con una urgencia feroz, como si el mundo entero no existiera fuera de estas cuatro paredes, no le importa que al otro lado de la puerta todavía quedara gente trabajando, no le preocupa que alguien pudiera entrar, porque Derek Kingsley no le teme a nada.
Abre mis piernas con una firmeza que me desarma. Me sube la falda con manos hambrientas, sin perder un segundo, y apenas se baja los pantalones lo justo para lo que necesita. N
Sus caricias son un incendio, y yo… yo ardo con él. Me rindo al instante, le entrego el control como siempre lo hago. Me toma con fuerza, con esa intensidad salvaje que me hace olvidar mi nombre. Me empuja contra el escritorio, cada 3mbestida me roba el aliento, mientras sus labios capturan los míos, ahogando mis gemid0s con su lengu4, con su posesión.
Su cuerpo tiembla justo antes del clímax, sus dedos se clavan en mis musl0s, dejándome sin escape. Y entonces lo siento rendirse también, profundo, violent0 y real.
Por un segundo, me sostiene. Solo uno. Luego, como siempre, me suelta. Y yo… yo me quedo ahí, temblando, aún aferrada a la ilusión de que algún día él me mire como algo más que su secreto mejor guardado.
Luego se aparta sin decir nada. Se abrocha el cinturón con calma y sin mirarme. Yo sigo sobre el escritorio, con las medias corridas, el corazón hecho un desastre, y la piel llena de marcas invisibles.
Me incorporo en silencio y acomodo mi ropa y mi cabello para que no se note lo que acabamos de hacer.
—Puedes irte —dice sin volverse.
—¿Quiere que le traiga café? —pregunto, porque necesito hacer algo más que simplemente salir derrotada.
—No. Solo vete.
Camino por el pasillo como si no tuviera el alma hecha pedazos. Se supone que nadie debe saberlo y si he accedido como una tonta a ser su amante en secreto, es porque estoy ridículamente enamorada de él.
Muy pocas veces Derek me ha dicho palabras bonitas, la mayoría es cuando está borracho, pero por ahora para mí eso es suficiente. Lo amo y sé que aunque no lo diga, él me ama también.
Esa noche hay una fiesta de la empresa a la que tengo que asistir porque es obligatorio. Cuando llego él ya está ahí, pero como siempre, cuando estamos en público, Derek no me mira ni una sola vez, ni siquiera cuando estoy a dos metros. Es parte de las reglas, nadie puede sospechar lo que hacemos.
Mientras yo finjo beber una copa de vino, lo veo hablando con inversores, saludando a directivos, y se muestra encantador. Ese hombre no es el que me besó hace unas horas, no es el que me toma sin preguntar y después me desecha.
Estoy por irme cuando escucho el tintinear de una copa. El director de relaciones públicas pide silencio. Derek se adelanta al escenario.
—Gracias a todos por estar aquí. Es un honor celebrar un nuevo año de éxito… y también compartir una noticia personal —dice dando un preámbulo—. Quiero presentarles a alguien muy especial para mí.
Mi corazón se detiene, sin pensarlo doy un paso adelante, pensando que finalmente se va a atrever a hacer público lo nuestro, pero mis ilusiones se rompen cuando una mujer aparece y sube al escenario.
Alta, elegante… perfecta. La he visto en revistas, su nombre es Vanessa Beaumont, es hija de uno de los principales inversionistas de Kingsley Enterprises. Una socialité con sonrisa de portada y apellido de poder.
Derek le toma la mano.
—Estoy comprometido con esta increíble mujer —dice con esa voz grave que tantas veces me ha susurrado cosas que no eran promesas—. Y no puedo esperar a comenzar esta nueva etapa a su lado.
Los aplausos me taladran los oídos, el mundo gira, siento que me ahogo. Él pasa junto a mí al bajar del escenario y ni siquiera me mira…
DerekLevanto la copa de champán mientras Vanessa sonríe al fotógrafo. Ella es perfecta en público, elegante, discreta, con ese aire de princesa que tanto esperan los accionistas. Tiene el apellido correcto, la historia correcta, la sonrisa correcta, pero no significa nada para mí.Maddison está del otro lado del salón, junto a los asistentes de eventos. Lleva un vestido negro, sencillo. El tipo de prenda que no llama la atención, pero que en ella, maldit4 sea, se ve como un jodid0 pecado.No me mira, pero sé que me ha visto. El temblor en su barbilla la delata, ese pequeño tic nervioso que solo aparece cuando está a punto de romperse y aun así, no dice nada.La ignoro. Es lo que espera de mí, lo que debo hacer. Esta relación nunca fue real, fue un escape, un secreto. Un vicio al que no pude renunciar… hasta ahora.Me caso en un mes.Lo he dicho en mil reuniones, lo he repetido frente a cámaras, y aun así… cuando la veo a ella, tan frágil, tan mía, siento que algo me quema por dentro,
MaddisonHan pasado tres semanas desde aquella noche. Tres semanas desde que Derek me obligó a recordar con su cuerpo todo lo que él niega con sus palabras.No he respondido sus llamadas ni sus mensajes. No he vuelto a cruzar palabra con él en la oficina más allá de lo estrictamente profesional, y aun así... él me mira. Me observa como si no soportara que lo ignore. A veces pasa junto a mi escritorio y deja caer sobre mí esa mirada gélida que me recorre como un látigo. Otras, simplemente se encierra en su despacho y me hace llamarlo por interno solo para oírme decir: “¿en qué puedo ayudarte, señor Kingsley?”.Y aunque intento parecer fuerte, cada noche llego a casa y me deshago.Me siento vacía, usada, ridícula. Fui solo eso: un cuerpo disponible, un secreto conveniente.Y lo peor… es que aún lo deseo.Pero hoy algo es distinto.Camino hacia la estación del metro sintiendo una presión extraña en el pecho, como si el aire no fluyera bien. Me mareo, el ruido de la ciudad me golpea con f
MaddisonNo duermo esa noche. Me encojo en el sofá con una manta que no abriga nada, abrazando mi vientre como si pudiera protegerlo del mundo con solo desearlo.La mente me da vueltas. La imagen del resultado que me dio el médico, el sonido seco de su voz aquella última vez, el rostro de Vanessa y la maldita invitación de boda. Todo se mezcla y me aplasta.Lo amo. Dios, cómo lo amo, pero también lo odio.Odio lo que me hace ser cuando estoy con él, odio cómo me traga viva y luego me escupe como si no importara.Derek no me quiere. Solo me desea, me controla, me toma como si fuese uno más de sus objetos. Y ahora... ahora tengo dentro de mí una parte de él que nunca pedí.—¿Estás segura de que no quieres pensarlo un poco más? —me pregunta Claire con una taza de café humeante en las manos.—No necesito pensarlo —respondo con más seguridad de la que creí tener—. No voy a ser su amante mientras él vive su vida perfecta. No voy a suplicarle esta vez, se acabó.Llego temprano a la oficina a
DerekHan pasado dos meses desde que Maddison desapareció. Dos maldit0s meses.Me casé con Vanessa, firmé los papeles, sonreí para las fotos, le di un beso frente a más de doscientos invitados y me fui a una luna de miel que no recuerdo.Vanessa es todo lo que se espera de una esposa en mi mundo: perfecta, educada, estratégicamente ambiciosa. Me observa como si esperara que yo le diera alguna señal, pero no lo hago. No dejo de pensar en Maddison, en la manera en que simplemente se fue sin decir nada, en lo fácil que fue para ella borrarme como si yo nunca hubiera significado nada.Al principio creí que era una rabieta, un berrinche a causa de mi boda. Estaba seguro de que volvería, pero no lo hizo y con cada día que pasa, mi paciencia se agota.La busqué. Claro que lo hice.Mandé a revisar los registros de su teléfono, sus correos, las cámaras del edificio, pero no conseguí nada. Cambió de número, cerró sus cuentas. Borró su existencia digital con una precisión que no esperaba de ella
MaddisonAcabo de decir la mentira más grande de mi vida.Y duele. Duele más que cualquier otra cosa que haya hecho, más que irme o llorarlo. Más que recordarlo en las noches mientras me abrazaba a mí misma deseando que me hubiera elegido.—¿No es mío? —pregunta Derek, y su voz no suena como la de un hombre que ama. Suena como un reclamo territorial.Trago saliva, tengo el nudo en la garganta. Sé que tengo que mantenerme firme, pero siento que me estoy desmoronando desde dentro.—No —respondo sin mirarlo, y cada sílaba me corta la lengua por dentro—. Estuve con alguien más antes de irme, así que obviamente no tiene sentido involucrarte en esto.Él se queda en silencio mientras procesa mis palabras, y luego, se ríe de forma vacía y sarcástica. Como si le acabara de confirmar lo que siempre pensó de mí.—Por supuesto que lo estuviste —dice sin emoción, como si ya no significara nada. Como si yo no significara nada.Y entonces se da la vuelta y se va. No dice más, no lanza preguntas ni m
DerekAhí está Maddison, Saliendo de una veterinaria como si viviera en un comercial barato de pueblo. Tiene esa sonrisa suave, esa risa que le sube por la garganta y le ilumina los ojos. No se ríe así conmigo, nunca se ha reído así conmigo. O tal vez sí, pero yo nunca lo noté.Y hay un hombre a su lado. Alto, buen porte, ropa limpia y seguro de sí mismo. Le acomoda el bolso con una naturalidad que me revuelve el estómago, le toca el brazo y la mira como si tuviera algún derecho.Ella no se aparta, no lo rechaza. ¿Será que ese es el imbécil con el que me engañó? ¿Será que él es el padre del hijo que está esperando?Trago saliva, pero no me muevo, solo los observo como el depredador que soy. Aprendí a controlar mis impulsos desde niño, fingir que no me importaba nada y no mostrar debilidad, pero ver esa escena me despierta una rabia que no sabía que seguía viva.Maddison me miró a los ojos y me dijo que ese bebé no es mío. Ya me reemplazó, en su cama y en su vida por ese maldit0 imbéci
MaddisonDerek no se va. No dice nada, no se acerca, no exige explicaciones, pero está ahí constantemente. Lo veo todos los días. A veces desde la ventana de la cafetería, de pie junto a su auto, fingiendo que habla por teléfono. Otras veces lo encuentro cruzando la calle justo cuando salgo de trabajar. No es coincidencia, por supuesto que no.Es un cínico descarado que debería estar cumpliéndole a su esposa. Pero no me sorprende que pueda estar aquí acosándome, a tan solo dos meses de haberse casado con otra, porque para Derek Kingsley no existen las mismas leyes morales que rigen a los demás.Y aunque no me enfrenta, su presencia es como un recuerdo que se niega a morir.Trato de seguir con mi rutina. Sonreír, servir mesas, fingir que todo está bien, pero su sombra me acompaña a todas partes. Cada vez que salgo a la playa para tomar aire, ahí está, a la distancia. Cada vez que Andrew me acompaña hasta casa después de visitar al perrito, Derek aparece en algún rincón del paisaje y au