Derek
Han pasado dos meses desde que Maddison desapareció. Dos maldit0s meses.
Me casé con Vanessa, firmé los papeles, sonreí para las fotos, le di un beso frente a más de doscientos invitados y me fui a una luna de miel que no recuerdo.
Vanessa es todo lo que se espera de una esposa en mi mundo: perfecta, educada, estratégicamente ambiciosa. Me observa como si esperara que yo le diera alguna señal, pero no lo hago. No dejo de pensar en Maddison, en la manera en que simplemente se fue sin decir nada, en lo fácil que fue para ella borrarme como si yo nunca hubiera significado nada.
Al principio creí que era una rabieta, un berrinche a causa de mi boda. Estaba seguro de que volvería, pero no lo hizo y con cada día que pasa, mi paciencia se agota.
La busqué. Claro que lo hice.
Mandé a revisar los registros de su teléfono, sus correos, las cámaras del edificio, pero no conseguí nada. Cambió de número, cerró sus cuentas. Borró su existencia digital con una precisión que no esperaba de ella.
Y eso me jode, porque Maddison no es una mujer astuta ni fría. Es impulsiva, débil y emocional o eso creía, pero ahora dudo de todo.
¿Quién la ayudó? ¿Por qué se escondió? ¿Qué demonios está pasando?
Llevo semanas durmiendo mal, despertando en medio de la noche con su nombre entre los dientes. Recorro nuestra oficina como un animal encerrado. Me irrita su ausencia más que su presencia, me carcome la falta de control.
Hasta que esta mañana, todo cambia.
Estoy en la oficina, revisando una propuesta de adquisición, cuando Jared entra y deja una carpeta sobre el escritorio.
—Llegó de parte del investigador privado.
Tomo el expediente con desgano, esperando lo mismo de siempre: una pista falsa, una cámara borrosa, una lista inútil de posibles paraderos.
Pero no, esta vez, hay algo distinto. Una hoja en la parte superior.
Informe médico. Evans, Maddison. Quince semanas de embarazo.
Mi cuerpo se congela, leo la línea tres veces.
Quince semanas.
Mis manos se tensan. El papel cruje bajo mis dedos y siento una presión punzante detrás de los ojos, como si mi cerebro no pudiera procesarlo.
—¿Qué carajo es esto? —gruño.
Jared me mira desde la puerta, nervioso.
—Lo descubrieron hace una semana. Se mudó a un pueblo costero al sur del estado, está sola, trabaja en una cafetería y vive en una casa alquilada. No tiene familia cerca.
Me pongo de pie de golpe provocando que la silla caiga hacia atrás.
¿Está embarazada? ¿De mí?
La rabia me ciega. ¿Cómo se atrevió? ¿Cómo demonios se atrevió a huir con mi hijo?
Camino por la oficina, ciego de furia. Lanzo el expediente sobre la mesa con tanta fuerza que los papeles vuelan por el aire. Mi hijo, mi maldito hijo.
¿Pensó que podía quitármelo? ¿Qué podía hacer su vida sin mí?
Me miro en el espejo de la ventana con mi traje impecable, un reloj de oro. Lo tengo todo, poder y control, pero no tengo ni idea de dónde está la mujer que me pertenece, porque Maddison Evans es mía, quiera o no y yo no dejo que lo mío se escape.
—Cancela mi próxima reunión y consígueme un pasaje de avión para este lugar ahora mismo —ordeno.
Él asiente y desaparece.
***
Tres días después, tengo toda la información. El pequeño pueblo costero al sur del estado donde se ocultó es demasiado fácil de encontrar. No lo hizo bien, solo tuvo suerte. Suena como ella: torpe, impulsiva… desesperada.
Reviso las fotos que me envían. Imágenes borrosas tomadas desde un auto.
En ellas veo a Maddison saliendo de una tiendita con una bolsa de pan. Maddison caminando por una calle polvorienta con una mano sobre el vientre. Maddison sentada en una banca, con la vista al mar.
Mi mandíbula se tensa. ¿Creyó que podía empezar una nueva vida sin mí? ¿Qué podía quitarme lo que es mío?
No, ella es mía, siempre lo ha sido.
El pueblo es pequeño, demasiado silencioso. Huele a sal, humedad y abandono. Odio este tipo de lugares. Me recuerdan que hay gente que se conforma con poco, pero yo no vine a admirar el paisaje.
Me bajo del auto. Camino hacia la casita azul donde me dijeron que vive. No hay timbre, solo una puerta de madera con la pintura descascarada. Golpeo dos veces con fuerza, pero nadie sale.
Vuelvo a golpear, esta vez más impaciente. Entonces se oye el clic de la cerradura y ahí está Maddison.
Su cara se pone más pálida, tiene ojeras y lleva el cabello recogido en un moño desordenado, pero sigue siendo ella.
La misma boca que gime mi nombre, los mismos ojos que me miraban con devoción. Ahora me miran con miedo y culpa.
—Derek… —susurra retrocediendo un paso.
No le doy tiempo.
—Tenemos que hablar —digo con voz seca y sin emoción.
Ella intenta cerrar la puerta, pero me adelanto. La detengo con una mano y entro sin pedir permiso.
—No puedes estar aquí —dice con la voz baja y la espalda rígida.
Cierro la puerta con calma y la miro, bajo los ojos lentamente hasta su abdomen. No se nota mucho, pero sé que está ahí, lo sé y eso basta.
—¿Es mío?
Ella no responde.
—Te hice una pregunta, Maddison.
—No voy a hablar de eso contigo.
—No tienes opción.
—¡Claro que tengo! ¡Este es mi hijo!
Me acerco, pero ella retrocede hasta que choca con la pared.
—No. Es nuestro hijo —le corrijo en voz baja—. Y tú intentaste quitármelo.
Ella tiembla, pero no baja la mirada.
—Tú no querías esto, Derek. Nunca me viste como más que un pasatiempo, un cuerpo, una distracción.
—Y aun así abriste las piernas cada vez que te lo pedí —respondo, con crueldad.
Ella se estremece, casi como si le hubiera dado una bofetada. pero no me detengo, no puedo, ya no sé hacerlo.
—¿Qué pensaste? ¿Qué podrías escaparte con MI hijo y yo no lo sabría? ¿Qué podías borrarme de tu vida y empezar una nueva?
—Yo… solo quería estar en paz. —Su voz se rompe.
—¿Paz? —me burlo—. No sabes lo que es paz, Maddison. Lo único que sabes es cómo revolverlo todo con tus maldit0s silencios. ¿Creíste que podrías olvidarme?
—No lo sé… Tal vez esperaba que sí.
—Pues esperas mal. —Doy un paso más, hasta que nuestros cuerpos casi se rozan—. No me olvidarás nunca porque sabes bien que soy tu dueño.
Sus labios tiemblan, pero no habla.
Y de nuevo, siento ese impulso salvaje, ese deseo primitivo de recordarle a quién pertenece.
Alzo la mano, pero esta vez no la toco.
—Empaca tus cosas —digo con voz baja—. Nos vamos.
—¿Qué?
—Escuchaste. Vas a venir conmigo.
—No, Derek, no puedes obligarme.
—Claro que puedo.
—No soy tu propiedad.
La miro.
—No. Pero el hijo que llevas dentro sí lo es.
Ella se tapa el vientre con las manos, como si pudiera protegerlo de mí. Y ahí está, el miedo en sus ojos, el temblor en sus labios, el mismo miedo que me dice que está rota… y que me sigue perteneciendo.
—No es tuyo —suelta de pronto.
MaddisonAcabo de decir la mentira más grande de mi vida.Y duele. Duele más que cualquier otra cosa que haya hecho, más que irme o llorarlo. Más que recordarlo en las noches mientras me abrazaba a mí misma deseando que me hubiera elegido.—¿No es mío? —pregunta Derek, y su voz no suena como la de un hombre que ama. Suena como un reclamo territorial.Trago saliva, tengo el nudo en la garganta. Sé que tengo que mantenerme firme, pero siento que me estoy desmoronando desde dentro.—No —respondo sin mirarlo, y cada sílaba me corta la lengua por dentro—. Estuve con alguien más antes de irme, así que obviamente no tiene sentido involucrarte en esto.Él se queda en silencio mientras procesa mis palabras, y luego, se ríe de forma vacía y sarcástica. Como si le acabara de confirmar lo que siempre pensó de mí.—Por supuesto que lo estuviste —dice sin emoción, como si ya no significara nada. Como si yo no significara nada.Y entonces se da la vuelta y se va. No dice más, no lanza preguntas ni m
DerekAhí está Maddison, Saliendo de una veterinaria como si viviera en un comercial barato de pueblo. Tiene esa sonrisa suave, esa risa que le sube por la garganta y le ilumina los ojos. No se ríe así conmigo, nunca se ha reído así conmigo. O tal vez sí, pero yo nunca lo noté.Y hay un hombre a su lado. Alto, buen porte, ropa limpia y seguro de sí mismo. Le acomoda el bolso con una naturalidad que me revuelve el estómago, le toca el brazo y la mira como si tuviera algún derecho.Ella no se aparta, no lo rechaza. ¿Será que ese es el imbécil con el que me engañó? ¿Será que él es el padre del hijo que está esperando?Trago saliva, pero no me muevo, solo los observo como el depredador que soy. Aprendí a controlar mis impulsos desde niño, fingir que no me importaba nada y no mostrar debilidad, pero ver esa escena me despierta una rabia que no sabía que seguía viva.Maddison me miró a los ojos y me dijo que ese bebé no es mío. Ya me reemplazó, en su cama y en su vida por ese maldit0 imbéci
MaddisonDerek no se va. No dice nada, no se acerca, no exige explicaciones, pero está ahí constantemente. Lo veo todos los días. A veces desde la ventana de la cafetería, de pie junto a su auto, fingiendo que habla por teléfono. Otras veces lo encuentro cruzando la calle justo cuando salgo de trabajar. No es coincidencia, por supuesto que no.Es un cínico descarado que debería estar cumpliéndole a su esposa. Pero no me sorprende que pueda estar aquí acosándome, a tan solo dos meses de haberse casado con otra, porque para Derek Kingsley no existen las mismas leyes morales que rigen a los demás.Y aunque no me enfrenta, su presencia es como un recuerdo que se niega a morir.Trato de seguir con mi rutina. Sonreír, servir mesas, fingir que todo está bien, pero su sombra me acompaña a todas partes. Cada vez que salgo a la playa para tomar aire, ahí está, a la distancia. Cada vez que Andrew me acompaña hasta casa después de visitar al perrito, Derek aparece en algún rincón del paisaje y au
MaddisonTodos en este edificio caminan como si yo fuera parte del mobiliario. Una silla más, una planta de oficina. Nadie me saluda al pasar, nadie recuerda mi cumpleaños, ni siquiera saben que odio el café sin azúcar, pero él sí lo sabe.—Evans, en mi despacho. Ahora —dice con una voz firme a través del intercomunicador.Mi cuerpo reacciona antes que mi mente. Me levanto, aliso la falda y me aseguro de que el cabello esté en su sitio como si eso importara, como si él alguna vez me mirara más allá de lo que necesita ver.Camino entre escritorios, sintiendo miradas fugaces y cuchicheos apenas disimulados. “Pobre Maddison, la esclava personal del ogro Kingsley”, eso es lo que todos piensan, pero no tienen idea, nadie la tiene.Abro la puerta de cristal de su oficina sin hacer ruido, como siempre. Él está de espaldas, mirando por la enorme ventana que da a Manhattan con las manos cruzadas detrás de la espalda, impecable en su traje oscuro y su mirada llena de arrogancia.—¿Me llamó, señ
DerekLevanto la copa de champán mientras Vanessa sonríe al fotógrafo. Ella es perfecta en público, elegante, discreta, con ese aire de princesa que tanto esperan los accionistas. Tiene el apellido correcto, la historia correcta, la sonrisa correcta, pero no significa nada para mí.Maddison está del otro lado del salón, junto a los asistentes de eventos. Lleva un vestido negro, sencillo. El tipo de prenda que no llama la atención, pero que en ella, maldit4 sea, se ve como un jodid0 pecado.No me mira, pero sé que me ha visto. El temblor en su barbilla la delata, ese pequeño tic nervioso que solo aparece cuando está a punto de romperse y aun así, no dice nada.La ignoro. Es lo que espera de mí, lo que debo hacer. Esta relación nunca fue real, fue un escape, un secreto. Un vicio al que no pude renunciar… hasta ahora.Me caso en un mes.Lo he dicho en mil reuniones, lo he repetido frente a cámaras, y aun así… cuando la veo a ella, tan frágil, tan mía, siento que algo me quema por dentro,
MaddisonHan pasado tres semanas desde aquella noche. Tres semanas desde que Derek me obligó a recordar con su cuerpo todo lo que él niega con sus palabras.No he respondido sus llamadas ni sus mensajes. No he vuelto a cruzar palabra con él en la oficina más allá de lo estrictamente profesional, y aun así... él me mira. Me observa como si no soportara que lo ignore. A veces pasa junto a mi escritorio y deja caer sobre mí esa mirada gélida que me recorre como un látigo. Otras, simplemente se encierra en su despacho y me hace llamarlo por interno solo para oírme decir: “¿en qué puedo ayudarte, señor Kingsley?”.Y aunque intento parecer fuerte, cada noche llego a casa y me deshago.Me siento vacía, usada, ridícula. Fui solo eso: un cuerpo disponible, un secreto conveniente.Y lo peor… es que aún lo deseo.Pero hoy algo es distinto.Camino hacia la estación del metro sintiendo una presión extraña en el pecho, como si el aire no fluyera bien. Me mareo, el ruido de la ciudad me golpea con f
MaddisonNo duermo esa noche. Me encojo en el sofá con una manta que no abriga nada, abrazando mi vientre como si pudiera protegerlo del mundo con solo desearlo.La mente me da vueltas. La imagen del resultado que me dio el médico, el sonido seco de su voz aquella última vez, el rostro de Vanessa y la maldita invitación de boda. Todo se mezcla y me aplasta.Lo amo. Dios, cómo lo amo, pero también lo odio.Odio lo que me hace ser cuando estoy con él, odio cómo me traga viva y luego me escupe como si no importara.Derek no me quiere. Solo me desea, me controla, me toma como si fuese uno más de sus objetos. Y ahora... ahora tengo dentro de mí una parte de él que nunca pedí.—¿Estás segura de que no quieres pensarlo un poco más? —me pregunta Claire con una taza de café humeante en las manos.—No necesito pensarlo —respondo con más seguridad de la que creí tener—. No voy a ser su amante mientras él vive su vida perfecta. No voy a suplicarle esta vez, se acabó.Llego temprano a la oficina a