Maddison
Las luces del hospital me resultan más frías de lo normal. No es por el aire acondicionado, ni por los pisos impecables o por las paredes impersonalmente blancas, sino por la sensación de vulnerabilidad que se cuela por cada poro de mi cuerpo mientras estoy recostada en esa camilla, con Andrew a mi lado y la incertidumbre latiéndome en las sienes. Los médicos han dicho que no es nada grave, solo contracciones falsas provocadas por el estrés, y que debo mantenerme tranquila, evitar emociones fuertes y no forzar mi cuerpo. Me reí al escuchar eso, claro, como si fuese fácil mantener la calma cuando siento que mi vida entera es un campo minado.
Andrew está serio, demasiado. No dice mucho, pero su presencia me reconforta. Me sostiene la mano cuando los médicos se van, me acomoda la manta sobre el vientre con suavidad y me observa como si estuviera a punto de quebrarme.
—Vas a tener que seguir mis instrucciones al pie de la letra, ¿me oíste? —dice, mientras salimos del hospital—. N