CAPÍTULO 15: ULTIMATUMDerekEl teléfono vibra sobre la mesa mientras estoy sentado en el balcón del hotel, viendo cómo la luz del atardecer se funde con el océano. El número que aparece en la pantalla hace que un nudo se forme en mi estómago. Gregory Beaumont.Contesto sin emoción.—Gregory —saludo.—Tenemos que hablar —dice con ese tono de voz que es una mezcla perfecta entre amenaza y cortesía falsa—. Mañana a primera hora en mi oficina.Cuelga sin darme opción a discutir. Así es él. Siempre moviendo las piezas del ajedrez con la certeza de que todos a su alrededor son peones. Me quedo inmóvil por un momento, no necesito preguntar de qué se trata. Si Gregory me llama, es porque ya sabe algo. Algo que no debía saber.Me levanto de golpe, furioso. Camino de un lado a otro en la habitación, como una fiera encerrada. Maldita sea.Maddison tendrá que esperar.**Al día siguiente, bajo del jet privado en California con la mandíbula apretada. El aire aquí huele a poder, a negocios, a hipo
CAPÍTULO 16: DESCONFIANZAMaddisonNo he sabido nada de Derek desde ayer.Ni un mensaje, ni una llamada. Ni siquiera un emoji estúpido de esos que manda cuando está ocupado pero quiere que sepa que piensa en mí.Y eso me está matando.Me doy vuelta en la cama por enésima vez, abrazando la almohada contra el pecho. El celular está junto a mí, la pantalla se ve negra, muda, indiferente. Le he escrito tres veces, una de esas veces incluía un “¿todo bien?” con un corazón al final. El tipo de mensaje que normalmente bastaba para que me respondiera con algo como: “Sí, mi niña. Te extraño.”Pero nunca termino de enviar ninguno.—Vamos Maddison, no seas tan patética, ten un poco de amor propio —me digo a mí misma.Un par de minutos después, Andrew llega a casa junto al pequeño perrito que decidí adoptar. No conforme con que seré madre soltera, adopto otra pequeña criatura que dependerá de mí. Pero bueno, siempre he pensado que me gusta lo difícil.—Gracias por traerlo —le digo con una sonrisa
MaddisonLas luces del hospital me resultan más frías de lo normal. No es por el aire acondicionado, ni por los pisos impecables o por las paredes impersonalmente blancas, sino por la sensación de vulnerabilidad que se cuela por cada poro de mi cuerpo mientras estoy recostada en esa camilla, con Andrew a mi lado y la incertidumbre latiéndome en las sienes. Los médicos han dicho que no es nada grave, solo contracciones falsas provocadas por el estrés, y que debo mantenerme tranquila, evitar emociones fuertes y no forzar mi cuerpo. Me reí al escuchar eso, claro, como si fuese fácil mantener la calma cuando siento que mi vida entera es un campo minado.Andrew está serio, demasiado. No dice mucho, pero su presencia me reconforta. Me sostiene la mano cuando los médicos se van, me acomoda la manta sobre el vientre con suavidad y me observa como si estuviera a punto de quebrarme.—Vas a tener que seguir mis instrucciones al pie de la letra, ¿me oíste? —dice, mientras salimos del hospital—. N
MaddisonHa pasado casi una semana desde el susto. He seguido todas las indicaciones del médico al pie de la letra: descanso, alimentación saludable, nada de estrés —aunque eso sea casi una broma— y mucha, muchísima calma. Andrew me ha cuidado como si fuera de cristal, y Claire se ha quedado conmigo, ayudándome en todo, desde cocinar hasta acompañarme a mis chequeos. Me siento un poco mimada, no lo voy a negar, pero también aliviada de no estar sola.El bebé está bien. Lo sé porque cada vez que me acaricio el vientre, siento ese leve movimiento, como si tratara de decirme que está ahí, que me necesita fuerte. Y yo lo intento Por él, por mí y por todo lo que viene. Aun no sé si es niña o niño, pero a mí me gusta pensar que es un pequeño varoncito.Volví a trabajar en la cafetería hace un par de días. Solo media jornada, nada exigente. El ambiente es tranquilo, y estar ocupada me ayuda a no pensar tanto en Derek, en todo lo que se rompió, lo que duele más de lo que debería.Desde que An
DerekEstoy en una sala de juntas en Los Ángeles, rodeado de abogados, inversionistas y un sinfín de palabras que deberían importarme, pero no escucho nada. Solo veo sus labios moviéndose mientras en mi cabeza resuena la voz de ese imbécil de Morgan."Mi amor."… "El bebé es mío."Apretó los puños bajo la mesa. ¿Quién se cree que es ese veterinario de pueblo? No tiene ni idea de con quién está jugando. Pero lo que me irrita no es él, no. Lo que realmente me carcome es la duda. Esa pequeña maldit4 semilla que Maddison plantó cuando me mintió… y que ahora no deja de germinar.Dijo que no era mío, pero lo sentí esa última noche… su cuerpo, su mirada. No había nadie más. Y si lo hay… si realmente lo hay… entonces me arranco el maldit0 corazón por haber creído que alguna vez me quiso.Mi teléfono vibra. Lo tomo, molesto, sin mirar el número.—¿Qué? —escupo con impaciencia.—¿Derek Kingsley? —Es la voz de una mujer, una muy nerviosa.—Depende, ¿quién pregunta?—Soy Claire, la mejor amiga de
MaddisonTodos en este edificio caminan como si yo fuera parte del mobiliario. Una silla más, una planta de oficina. Nadie me saluda al pasar, nadie recuerda mi cumpleaños, ni siquiera saben que odio el café sin azúcar, pero él sí lo sabe.—Evans, en mi despacho. Ahora —dice con una voz firme a través del intercomunicador.Mi cuerpo reacciona antes que mi mente. Me levanto, aliso la falda y me aseguro de que el cabello esté en su sitio como si eso importara, como si él alguna vez me mirara más allá de lo que necesita ver.Camino entre escritorios, sintiendo miradas fugaces y cuchicheos apenas disimulados. “Pobre Maddison, la esclava personal del ogro Kingsley”, eso es lo que todos piensan, pero no tienen idea, nadie la tiene.Abro la puerta de cristal de su oficina sin hacer ruido, como siempre. Él está de espaldas, mirando por la enorme ventana que da a Manhattan con las manos cruzadas detrás de la espalda, impecable en su traje oscuro y su mirada llena de arrogancia.—¿Me llamó, señ
DerekLevanto la copa de champán mientras Vanessa sonríe al fotógrafo. Ella es perfecta en público, elegante, discreta, con ese aire de princesa que tanto esperan los accionistas. Tiene el apellido correcto, la historia correcta, la sonrisa correcta, pero no significa nada para mí.Maddison está del otro lado del salón, junto a los asistentes de eventos. Lleva un vestido negro, sencillo. El tipo de prenda que no llama la atención, pero que en ella, maldit4 sea, se ve como un jodid0 pecado.No me mira, pero sé que me ha visto. El temblor en su barbilla la delata, ese pequeño tic nervioso que solo aparece cuando está a punto de romperse y aun así, no dice nada.La ignoro. Es lo que espera de mí, lo que debo hacer. Esta relación nunca fue real, fue un escape, un secreto. Un vicio al que no pude renunciar… hasta ahora.Me caso en un mes.Lo he dicho en mil reuniones, lo he repetido frente a cámaras, y aun así… cuando la veo a ella, tan frágil, tan mía, siento que algo me quema por dentro,
MaddisonHan pasado tres semanas desde aquella noche. Tres semanas desde que Derek me obligó a recordar con su cuerpo todo lo que él niega con sus palabras.No he respondido sus llamadas ni sus mensajes. No he vuelto a cruzar palabra con él en la oficina más allá de lo estrictamente profesional, y aun así... él me mira. Me observa como si no soportara que lo ignore. A veces pasa junto a mi escritorio y deja caer sobre mí esa mirada gélida que me recorre como un látigo. Otras, simplemente se encierra en su despacho y me hace llamarlo por interno solo para oírme decir: “¿en qué puedo ayudarte, señor Kingsley?”.Y aunque intento parecer fuerte, cada noche llego a casa y me deshago.Me siento vacía, usada, ridícula. Fui solo eso: un cuerpo disponible, un secreto conveniente.Y lo peor… es que aún lo deseo.Pero hoy algo es distinto.Camino hacia la estación del metro sintiendo una presión extraña en el pecho, como si el aire no fluyera bien. Me mareo, el ruido de la ciudad me golpea con f