Berlín, AlemaniaViktorDesde hace un tiempo, el whisky me sabe a nada. Estoy rodeado de humo, poder y dinero, tres elementos que solían bastarme para sentirme en control. Las voces a mi alrededor son las de hombres que tiemblan cuando digo su nombre, que se sientan erguidos en mi presencia, que no se atreven a contradecirme ni con la mirada. Me hablan de rutas, cargamentos, cifras que hace dos meses me habrían emocionado. Ahora, solo suenan a eco lejano.Tengo el cigarro encendido entre los dedos, y aunque no suelo fumar frente a otros, hoy hago una excepción. Es la única forma de mantener la ansiedad a raya. Y, aún así… no funciona.El zumbido del celular en mi bolsillo me saca del letargo.Lo saco con rapidez, sin pensar. Solo una persona tiene el número que uso para cosas que nadie más debería saber. Y cuando veo el nombre en la pantalla, mis músculos se tensan.Es él. El hombre que vigila a Emilia.—Habla —ordeno con tono seco mientras me alejo unos pasos del grupo.—Señor, algo
Berlín, AlemaniaEmiliaA veces pienso que las cosas grandes empiezan con un pequeño movimiento.Ya sea una llamada, una frase, un paso hacia lo desconocido. En este caso, mi pequeño movimiento comienza esta mañana, con dos maletas viejas y una orden casi indiferente de mi padre para largarme. A su manera cruel y despectiva, Reinhard me ha dado justo lo que necesitaba: espacio. Libertad. O al menos una pizca de ella.El apartamento lo consigo en cuestión de horas, gracias a su red de influencias. Todo se ha arreglado sin esfuerzo. Fue demasiado fácil, demasiado sospechoso.No soy ingenua. Sé que me estará vigilando. Sé que cualquier error podría costarme caro.Así que sonrío. Finjo ser la hija obediente y remilgada. La misma que nunca le dio problemas, la que bajaba la cabeza ante cada humillación.Subo al coche conducido por uno de sus hombres, llevando solo lo necesario: ropa, algunos libros, mis materiales de arte y poco más. La ciudad pasa borrosa a través de la ventanilla, pero e
Berlín, AlemaniaEmiliaEl sonido del despertador me arrastra fuera del sueño como si emergiera de un lago helado. Abro los ojos poco a poco, parpadeando contra la luz tenue que se cuela por las cortinas del apartamento.Estoy sola. El espacio a mi lado en la cama está vacío, intacto, como si nadie hubiese estado allí jamás. La sensación de calor se ha desvanecido, pero algo persiste. El aroma.Ese aroma familiar, ese rastro de Viktor que parece haber quedado impregnado en las sábanas, en el aire mismo. Cierro los ojos por un segundo, respirándolo hondo, memorizándolo, grabándolo a fuego dentro de mí antes de que desaparezca. Un nudo se forma en mi garganta. No fue real. Nunca fue real.Solo fue mi mente, aferrándose a un recuerdo, a un deseo que ya no me pertenece.Con pesar, me obligo a moverme. Me levanto, arrastrando los pies hasta el baño, donde el reflejo en el espejo me devuelve una imagen que apenas reconozco: ojos hinchados, rostro pálido, ojeras marcadas.—Un desastre —murmu
Berlín, AlemaniaViktorObservo con detalle al hombre que, de pie delante de los que estamos reunidos, se atreve a decirme que mi cargamento se ha perdido. Más de un millón de dólares en mercancía de contrabando ha desaparecido sin explicación aparente. —¿Me estás diciendo que se desvaneció? —inquiero. El hombre se pone rojo bajo mi escrutinio, espero que mi mirada lo disuada de responder algo que no quiero escuchar, pero no es tan sabio como pensé. —No la encontramos, señor.—Sabes lo que eso implica, ¿no? —Lo sé y acepto mi destino —murmura con tono derrotado. —La muerte no siempre es la solución —irrumpe otro de mis colaboradores. El fuerte sonido de mi vaso de whiskey cayendo con fuerza sobre la mesa de madera resuena en la sala de reuniones. El cristal se desliza apenas, la bebida tiñe la madera, pero nadie se atreve a moverse. Todos están tensos. Atentos. Solo espero una respuesta.—¿Eso es todo? —Miro al hombre al otro lado de la mesa, su nombre es Rainer, y hasta hace un
Berlín, AlemaniaViktorEl dueño —no tan dueño—, del bar regresa, pero esta vez su rostro es más tenso. En su ausencia, aproveché para preguntarle a Konstantin, su nombre, se llama Hans Keller, es un hombre regordete, de cabello ralo y mirada astuta. Su traje barato está empapado en sudor.Se para frente a mí, retorciendo las manos.—Señor Albrecht… —traga saliva— Me temo que no puedo vendérsela.La presión en mi mandíbula se intensifica. —¿Disculpa?—Ya hay una subasta programada para esta noche —explica con un tono servil—. Emilia es el «objeto» principal. Los asistentes están esperando… Y, bueno, no puedo retractarme ahora.Mi sangre se enfría. Una subasta. Aprieto la mandíbula. Claro, eso explica por qué está vestida con este ridículo conjunto que apenas cubre su cuerpo y también el motivo por el que la pusieron a trabajar en el bar. Ya tenían un plan para ella.El impulso de sacar mi arma y volarle los sesos a este cerdo es tentador, pero en lugar de actuar con impulsividad, me r
Alemania, BerlínViktorApenas cruzamos la puerta del club, siento cómo Emilia tira de su mano, intentando soltarse de mi agarre. Al principio no le doy importancia; la mayoría de las mujeres que han pasado por mi vida han jugado al mismo juego. Una mezcla de desafío y miedo, solo para acabar rindiéndose.Pero Emilia es diferente.Su tirón se convierte en un empujón lleno de fuerza y determinación. Tan repentino que me toma por sorpresa, haciéndome soltarla.—¡Maldita sea! —gruño mientras tambaleo un paso atrás, observando cómo sale corriendo como un rayo.Por un instante me quedo congelado, incapaz de creer lo que acaba de hacer. ¿Me empujó? ¿A mí? ¿Acaso no tiene aprecio por lo que acabo de hacer?—¡Atrápenla! —grito a mis hombres, señalando la dirección en la que huyó.Ellos reaccionan al instante, esparciéndose por las calles oscuras como sombras en la noche. Pero no pienso dejarlo en sus manos.Esta cacería es mía.Comienzo a correr, zigzagueando entre los callejones de la ciudad
Berlín, Alemania Viktor El insistente sonido del teléfono me arrastra de golpe fuera del sueño. Mi mandíbula se tensa al oír el timbre resonar por tercera vez. Con un gruñido bajo, extiendo la mano y alcanzo el celular sobre la mesita de noche, sin mirar el identificador.—¿Qué? —gruño con voz áspera, pasando una mano por mi rostro para despejarme.Apenas y pegué el ojo anoche. No es de extrañar que ya tenga mal humor.—Viktor, tienes que escucharme. —La voz de Konstantin suena seria, más de lo habitual, y eso no me gusta.—¿Sabes qué hora es? Esto más te vale ser importante —respondo, aunque su tono ya me advierte que lo es.—Lo es. Encontré lo que me pediste sobre Emilia. Pero no te va a gustar.Mi cuerpo, todavía relajado por el sueño, se pone tenso de inmediato. Me incorporo en la cama, el corazón latiendo más rápido de lo que debería. Konstantin no es del tipo que exagera o dramatiza. Si dice que no me gustará, es porque realmente no me gustará.—Habla —le ordeno, mi tono ahora
Berlín, Alemania Viktor El vaso de whisky descansa en mi mano, las yemas de mis dedos rozan el cristal mientras el líquido ámbar gira con lentitud. Una distracción inútil. El alcohol nunca ha sido la respuesta, pero al menos me mantiene en el límite entre la razón y la locura.Las palabras de Konstantin siguen repitiéndose en mi mente. «Es la hija de Reinhard Schäfer». Es como un eco constante e implacable. Una verdad que no esperaba, y mucho menos una que tuviera que manejar bajo mi propio techo.Schäfer. El hombre que arruinó mi infancia. El hombre que destrozó mi familia y convirtió mi vida en un infierno de muerte y venganza. ¿Y ahora? Su hija está aquí, en mi casa, dormida bajo mi protección.El nudo en mi estómago se aprieta, como si cada fibra de mi ser estuviera gritando que haga algo al respecto, que la confronte, que la obligue a explicarme por qué demonios está aquí.Pero no.La impulsividad es un arma de los débiles.Si su padre la mandó a propósito, entonces tengo la ve