Berlín, Alemania
Emilia
Despierto con el corazón encogido, como si la tristeza hubiera dormido sobre mi pecho toda la noche. La habitación está en silencio, un silencio espeso, más denso que el que recuerdo al momento de caer rendida por el llanto. Me incorporo poco a poco, sintiendo el cuerpo más liviano, menos tenso, menos destrozado que horas atrás. Y lo sé… lo sé incluso antes de abrir los ojos por completo.
Él estuvo aquí.
No necesito pruebas contundentes. Lo sé por cómo dormí, por la manera en que mi cuerpo se rindió al sueño con una paz fugaz, como si, incluso con el alma hecha pedazos, mi subconsciente aún encontrara refugio entre sus brazos. También está su aroma. A pesar de que la habitación está cerrada, huele a él: a whisky, a cuero, a esa mezcla tan masculina y familiar que me envuelve y me reconforta, aunque ya no tenga derecho a eso. Aunque probablemente nunca lo tuve.
El lado del colchón donde estuvo aún está hundido. Paso los dedos por las sábanas arrugadas, queriendo