Berlín, Alemania
Emilia
Salgo de su habitación sin hacer ruido, como un ladrón que huye después de cometer un crimen. Aunque no fui yo quien la traicionó. Aunque no soy yo el que destruyó todo. Pero aun así… me siento culpable. Culpable por haber cedido. Por haberla tocado cuando debí alejarme. Por haber buscado consuelo en el mismo cuerpo que horas atrás provocó la muerte de mis hombres.
Camino por el pasillo con pasos medidos, intentando no pensar, no sentir, no recordar. Me aferro al silencio, al vacío, a ese frío reconfortante que me ha salvado otras veces. Lo único que quiero es mantener la mente en blanco. No darle espacio a Emilia. No permitir que su imagen se filtre en mi conciencia.
Entro a mi habitación. Me quito la ropa como si quemara. Me meto en la ducha y dejo que el agua helada golpee mi espalda. No porque me despierte, sino porque necesito algo que me recuerde que todavía tengo el control. Que no todo se ha ido a la mierda… aunque cada fibra de mi cuerpo grite lo contr