Berlín, Alemania
Emilia
Me siento rota, agotada y entumecida. Respondí los comentarios de Viktor por puro impulso, mas no con sentimiento. Cuando el médico dijo que podía regresar a mi habitación, experimenté alivio porque implicaba que podría refugiarme, al menos por un momento.
Y así lo hago. Tan pronto como ingreso a la habitación, camino hacia la cama, me dejo caer en ella y me cubro por completo con las cobijas, como si fueran una barrera para alejar el mal que me acecha.
Lo primero que pasa es que mis ojos se inundan de agua; luego, una por una, van cayendo hasta que son una cascada, una que no parece estar a punto de agotarse. Todo el dolor viene en oleadas, ya ni siquiera me importa el secuestro, ni haber sido vendida y posteriormente comprada. Lo que me hace llorar es sentir que, a pesar de mi corta edad, mi vida parece estar a punto de terminar.
Ya sea por la mano directa de cierto mafioso o por daño colateral. Lo que Konstantin me hizo pasar es una prueba fehaciente de e